AGRADA ESCRIBIR POEMAS …
Agrada escribir poemas de cosas elementales
o relatos sencillos de gentes campesinas:
de la carreta que baja con café de las Segovias
chiqueando bajo las lunas en las cuestas o en los llanos.
Las canciones de los mozos al son de las guitarras
con violines de guácimo, dulzaina o acordeones,
los problemas del peón que se emborracha los sábados,
los amores de Juan o la Juana, la sequía o la lluvia,
el novillo malcriado que Jacinto el campista
lazó entre los churrales del guindo de allá abajo,
el caballo de Pedro corriendo el día’el Santo
y ganando en la maciada una yunta de hipatos …
relatos del Gritón en la punta del cerro
que hace el viejo Nacho a la orilla del fuego
mientras que los muchachos con los ojos abiertos
se arriman a las madres tiritando de miedo …
cuentos de Arrechavala, del cadejo la cegua
y de la cocoroca agorera carcajeándose,
del pocoyo caballero, de la bruja noctámbula
y de los aparecidos que no pagaron deudas.
Es también agradable marchar por los caminos
con los compadres todos montados a caballo
echándose un buen trago de guaro en cada vuelta
a boca de calabazas, de jícaros, repletos
y llegar a la guasa ya picados gritando
y aventando caballos hasta la mera casa.
Vivir plenos de vida, vitales, espontáneos
como árboles o pájaros o ríos o ganados
con la lluvia o los soles cayendo en las espaldas
y durmiendo en hamacas tendidas entre horcones.
No importa, que a veces, la sangre nuestra corra
por la hermosa tierra negra de los antepasados
o que los terrones de la huerta la absorban
para que las raíces nutran sus raíces fecundas.
No importa, nos matamos por algo que nos llega a la entraña
y nos matamos de frente, como hombres, ¡carajo!:
por la hermana de Pedro, por la mujer de Ustaquio
por la yegua alazana o por la gallina clueca
o porque el cerco de piñuelas de Pancho
camina demasiado comiéndose otra huerta.
Nos matamos por lo nuestro y nada más que por eso
sin saber ni quién manda en la ciudad ni qué
complicaciones publican los periódicos …
pero también queremos como nadie a la tierra,
hembra de los arados rompida cada año
y a las hermosas y galanas muchachas
que raptamos en las noches al anca del caballo …
¡Nos morimos también en los veranos
y volvemos de nuevo a nacer como la hierba!