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SU AMANTE DE ALGODÓN

 

El escenario en una esquina de los cuatro anchos corredores que circundan el patio de una mansión colonial patio con jardín de rosas , narcisos, gencianas…Cinco de la tarde de un día de verano.  Luz del sol que entra todavía decidida, aunque un poco amarillenta, ya, entre las ramas de los arbustos, jugando con las gotitas de agua de los surtidores: arco-iris innumerables.  Hilos de agua que cayendo en volteretas sobre las hojas, alegremente, producen ese murmullo de quietud y frescura en donde el espíritu y el cuerpo, desnudos, regocijan.  Frescura de verde en todos los colores.  Frescura de las flores con su trasfondo de calentura tropical.

Rincón.  Cuatro sillas rodeando a una mesilla central y un diván .  el diván que es el mueble para esta pereza y estos corredores, muelle, gordo, suave…  Las sillas, mecidas ligeramente por la brisa, parece que están conversando.  En cambio la mesilla de pie (de patas) siempre, vestidita de tapete, no hace más que escuchar; no puede hace otra cosa sosteniendo, como está, este jarrón de flores siempre renovadas, de revistas y, a veces, como ahora, este par de vasos ya vacíos en donde bebieron refrescos.  El diván, recostado, en actitud abierta, parece terciar, de vez en cuando, en la conversación.  Las sillas, tan habladoras, componen un perfecto mentidero de solteronas.

En estos momentos viene entrando a la escena una muchacha de diez y ocho años.  Leva traje de olán estampado de menudos ramos lilas. Sus grandes ojos melancólicos miran, como no mirando, el enladrillado de mosaicos: blancos, rojo, negro.  Se dirige al centro y luego se sienta apoyando el codo en el brazo de una mecedora y su babilla en la palma de la mano en actitud imaginativa.

El coloquio

Silla I.- (Al entrar  el personaje)  ya viene ¡pobrecita! Acaba de irse y ya regresa.

Silla II.- Hacia ti se encamina.  Trae los ojos enrojecidos de llorar.  Cuando hace un instante conversaba, aún no lloraba-

Silla I.-yo la tuve en mis regazos.  Por un momento no pude contenerme y la estreché suavemente. ¡Con qué cariño!  Ella apoyaba sus manitas blancas y aterciopelados en mí. Con  tanta nerviosidad…

Silla II.- Yo la observaba.  ¡Tan linda!

Silla III.- No podía hacerlo yo. En esa forzada posición en que me tenía ese joven no podía observar nada.  Estaba inclinado hacia adelante y le sostenía todo su peso con mis patas delanteras.

Silla IV.-  Y tan elegante el joven  con su pantalón de lino blanco y su camisa sport…

Silla III.-  Recuerdo que habló mucho, con súplica, con ternura, con aburrimiento fingido, con sorpresa, con rencor… Pasó todos los matices de un corazón…

Silla I.- De un corazón dices?  De un cerebro, si acaso,  Ese hombre sólo piensa, no siente.  Ella, al oírlo, temblaba ligeramente y en mi espalda sentía yo su estremecimiento.

(La mesilla sólo puede seguir la conversación con sus ojos de laca)

Diván.- No, ese hombre tiembla siente.  Hace algún tiempo, cuando los dos tenían vivas sus ilusiones, oí también su corazón latir con fuerza.  Era una tarde como esta.  Ella y él reclinados en mí, se besaron con pasión.  Me estremecí yo mismo hasta la médula…

Fin Indeciso

Entre tanto la sombra de la tarde va invadiendo el jardín.  Los rayos del sol dejaron ya de juguetear con las gotitas de agua y se fueron al horizonte.  Sólo se oye el murmullo de los surtidores cayendo, menudos, sobre las hojas.  Una claridad difusa abre las cosas abre la noche.  Las hojas se pliegan y los perfumes avanzan lentamente.  Ella se ha levantado precipitadamente y se echa de bruces sobre el diván.  Solloza.  Las lágrimas corren desesperadamente, pues ya la angustia ha penetrado en su alma, con el crepúsculo.  Las sillas se inclinan como para consolarla.  La mesilla queda en estupor.  Y el diván, acostado siempre, acaricia con suave amor aquel maravilloso cuerpo, mientras va sorbiendo las lágrimas  en su pecho de alambre y algodón.