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LA PROBLEMÁTICA SALVACIÓN DEL PADRE SALTARINO

 

«La misión de un cura es salvar almas ajenas, aunque tenga que condenar la suya».

Esto decía a grandes voces y agitando sus pequeños brazos el Padre Saltarino, cura de Alotepe (Cerro de loros; de alo-loro y teptl-cerro).  Era todo un hombre chiquitín, redondo y saludable.  Un tipo de violencias exuberantes, de gestos bíblicos, endemoniadamente activo y de una bondad inagotable.

Su admirable diligencia y buen corazón arreglaban los pleitos de sus feligreses, en su mayor parte gañanes, pescadores de manglares, tenderos de voz en cuello o vendedoras del mercado. Sus tradicionales costumbres de resolver los conflictos con incansables injurias de puerta a puerta, a garrotazos, o a esperarse los sábados, cuando las borracheras envalentonaban a los hombres y hacían llorar a las mujeres que los habían estado incitando a la pelea toda la semana, eran inmutables.  Pero este cura pendenciero se metía en medio enarbolando trancas  puñetazos disolviendo las riñas     para luego ocultar a los pleitistas de los guardias armados, salvándolos así de culatazos y cabezas rotas y defendiéndolos de las exageradas multas, en los lunes tristes, cuando las mujeres sacaban el dinero de sus envoltorios, muy humildemente, para entregárselo al Comandante que en su oficina, con seriedad de juez, iba contando con aparente indiferencia les monedas.

El cura a veces se entendía con el mismo Comandante para sacar dinero, pero con otros fines los angélicos fines de edificar un templo al Señor para que estos brutos tuvieran dónde ir a rogar dignamente por el perdón de sus pecados y los de sus parientes que habitaban el Purgatorio.

Esto era por lo que el Padre peleaba, así tuviera, decía, “que hacer pacto con el demonio»…A la hora de su muerte ya hallaría manera de engañar al diablo.  Aunque, según la leyenda, no lo pudo lograr a tiempo, porque aquél le preparó la muerte por sorpresa y a espaldas de San Pedro …

Pero bueno, lo cierto es que la Iglesia de Alotepe allí está para gloria de Nuestro Señor  y de las gentes que la ven.  Su cura, que la construyó desde los cimientos al campanario no se paraba en pelillos para conseguir dinero.  Lo tomaba al interés de los usureros que lo daban al diez por ciento mensual.

Pero jamás les pagaba.  Rifaba objetos valiosos que nunca existían pero que ameritaba por las nubes, con una labia digna de la picaresca, desde el púlpito sagrado.  («Púlpito» viene de “Pulpo”, afirmaba indignado un bachiller especializado en qué sabe que latines. para molestarlo, sin conseguirlo).

Se escabullía hábilmente cuando llegaban a cobrarle facturas de las tiendas… y así, entre pequeñas estafas, sustracciones, engaños inocentes, pero productivos, se fue levantando esa obra admirable, milagrosa de la Iglesia, casi increíble, porque aquel pueblo, si bien fervoroso y temeroso de Dios, estaba compuesto de gentes tan tacañas, que preferían esperar a  la hora de la muerte para arreglar sus cuentas espirituales con un simple arrepentimiento.

Pero aquel cura les sacó el dinero de todos modos.  Y cuando le reprochaban sus métodos heterodoxos y colindantes con los siete pecados capitales, exclamaba dirigiendo los ojos al cielo, como rogándole al buen San Pedro, negador de Cristo tres veces:  «A mí no me importa de dónde, provienen las monedas, hijo mío, yo las bendigo y así quedan limpias».

Tenía una gran capacidad para la comedia.  Hacía payasadas dignas de lástima.  Lloraba como el diluvio para convencer a las viejas roñosas a que contribuyeran para la asistencia de unos pobres niños huérfanos … aunque inmediatamente se volviera con aparente dignidad y secándose las lágrimas hacia algún viejo verde para contarle chistes colorados.

Yo tuve la buena suerte de conocer a aquel buen hombre del Señor.  A aquella esfera de músculos y sonidos extraños, de voces chillonas o graves con registro en todos los tonos, según el caso, envuelto en una sotana siempre vieja y manchada de velas y óleos  bautismales. Lo conocí de la manera más peregrina del mundo: en un jolgorio de mis tiempos de estudiante, cuando un grupo de los nuestros fue a parar a su jurisdicción, a las tres de la mañana, hora en que no sabíamos si se estaba levantando o no se había acostado todavía. Cantábamos en una cantina a todo tren, con guitarras madrugadoras, como gallos  desvelados. Habíamos llegado a ese momento en el que cada uno hace confidencias sin que nadie le preste  atención.

El cura se había colado entre el grupo lentamente y comenzó a corear con nosotros.  Aquello lo vimos al principio con indiferencia, pero después algo había ocurrido, pues nos sacó del lugar, y en pocos momentos estábamos frente al altar del Señor oyendo misa de las cuatro en su parroquia, por entonces destartalada.  Nos contó innumerables cuentos y total salimos jurándole que le ayudaríamos de todos modos.  El tiempo fue testigo de que cumplimos a cabalidad, no sin que sacáramos, naturalmente, nuestra paga de alegría.

No podría decir aquí, realmente, todo lo que hicimos, sin correr el riesgo de ruborizar a cierta gente piadosa.  Pero una de nuestras contribuciones fue la de llevar a algunos viejos ricos a la Casa Cural con engaños de placeres pecaminosos, pintándoles paraísos mundanos y poniendo a nuestro pobre amigo como un alcahuete irredimible …

«Estos viejos libidinosos pecan en pensamiento … pero si dan dinero para la Iglesia, Dios velará por ellos de alguna manera…  En realidad somos las «Quinta Columna de Dios» en los reinos del Diablo.  El Señor me perdone que emplee estos trucos para ayudar a su gloria».

Si Dios lo ha perdonado, no lo sabemos.  Pero las gentes que dicen escuchar a veces cosas de allá arriba cuentan que el admirable sacerdote vive en un sitio que no es ni el Cielo, ni el Infierno, ni el Limbo, ni el Purgatorio.

Años, pero muchos años después de aquellos triunfales tiempos de juventud, regresé al pueblo de Alotepe para visitar la tumba del Padre Saltarino.  Había muerto, según decían, de accidente, y de una manera extraña.  Lo encontraron ya sin vida, de madrugada; en la misma sacristía de la Iglesia, con restos de papeles quemados como de quien quiere deshacerse de documentos comprometedores antes de ser capturado , con señales de haber discutido largamente y con algunos arañazos profundos, el puño en ristre… Dicen que tuvo una larga reyerta con el Maligno ….

Su lápida, tras del altar mayor, es de mármol blanco.  Me parece haberla visto antes.  Sí.  Era una mesa; más bien, la lámina marmórea de un mostrador de cantina de antiguos tiempos.  Si hubo pecados en ella o si con su silencio se forjaron, ahora están perdonados con ese RIP que santamente enarbola y  la leyenda que el bachiller de la parroquia le compuso en latín pedestre: «Populus humildibus rememoranten por semper carissimo presbíterus», en letras fantasiosas.

Menos fortuna que esa lápida, según dicen, la tuvo, o mejor, la tiene el Padre Saltarino, que vive, en ánima, quién sabe dónde.

Las gentes aseguran que fue a golpearle la puerta a San Pedro en la misma madrugada de su muerte; que llegó apresurado y tal vez borrachín, y que tuvo un largo diálogo con  el Portero Divino.  Este lo mandó al Diablo, pero el Diablo nada quiso con él y lo mandó a Dios. Afirman que en el Cielo no lo admiten por sus muchos errores, aunque, ¡gran paradoja!, todos los feligreses de su parroquia, pecadores empedernidos, están ya a salvo o en  la antesala del Purgatorio por su contribución a edificar el Templo del Señor y el manifiesto arrepentimiento de sus culpas, cuya claridad e importancia fueron tantas veces explicadas por el Padre Saltarino.

El Diablo no lo quiere en sus predios infernales porque, según dice, le jugó una mala pasada. Nada menos que arrebatarle a tanta gente ya casi conquistada por el Maligno.  El gran cura peligroso les había dado la receta de cómo engañarle, aunque, naturalmente, él no pudo practicar en el momento preciso

En el Purgatorio tampoco se halla, porque eso significaría estar a salvo, aunque con varios milenios de penitencia.  Es obvio que tampoco en el Limbo, porque de inocente nada tenía.

Sin embargo, todos piensan que el Señor se apiadará de él en algún momento de buen humor. Mientras, el pobre, ha de mirar con nostalgia, desde su nube de hoy, las alegrías de su sucesor en la Parroquia, porque siendo éste tan virtuoso no  sale nunca de noche, ni se mete con prostitutas ni ladrones, ni con hechiceros y vejetes libidinosos…  Todo el mundo se hace lenguas de su santidad ….  El día en que se muera irá derechito al Cielo y lo verá pasar el Padre Saltarino desde su incierta nube, cuando apenas haya comenzado a persignarse asombrado, desde la frente estrecha al vientre voluminoso, rogándole al Señor lo acoja en el seno de su Misericordia.