Cambiándole de Sitio al Púlpito
(IV carta a Pablo Antonio Cuadra)
Por: Mariano Fiallos Gil
29 de octubre de 1960
Querido Pablo Antonio:
Mucho me preocupa que hayas interpretado mis opiniones sobre enseñanza universitaria y cientifismo como ataques a los fundamentos mismos de la religión, cuando en verdad estoy muy lejos de ello. Para mí la religión es un fenómeno de la vida íntima que no tengo intenciones de discutir.
En cambio, sus repercusiones en el mundo de lo temporal, sí, interesante, resulta, que las partes conserven su aplomo.
Si yo afirmara, por ejemplo, que el púlpito de la catedral se halla fuera del foco acústico adecuado para las prédicas, y que debiera ser cambiado de sitio para que así pueda cumplir mejor las funciones para las cuales ha sido construido, no debiera tomarse esa opinión de orden físico, como ataques contra el culto y mucho menos contra las doctrinas que sustenta desde su cátedra, el Sr. Obispo. Al contrario, su Excelencia debiera agradecer a este oyente de su preocupación por ahorrarle esfuerzos pulmonares y ayudarle así a la conversación de su preciosa salud.
Pues con esa misma intención me refiero a los métodos escolásticos de la enseñanza científica universitaria empleados por la Iglesia hispánica en nuestros colegios, los cuales imprimieron, desde el principio, un estilo de aprendizaje que el racionalismo aún no ha podido desterrar, porque el racionalismo se halla también, oh paradoja, contagiado de escolasticismo.
Cuando las primeras universidades coloniales de corte salmantino fueron fundadas por el imperio hispánico en estas tierras, las norteamericanas se hallaban apenas en embrión. Y ahora resulta que nos han superado cientos de veces, siendo mucho más jóvenes, a causa, seguramente de su pragmatismo.
Uno se pregunta entonces: ¿Es que los de origen hispano somos inferiores? ¿Es que carecemos de mentalidad científica?
No señor. La prueba está en que esos mismos ejemplos que vitas, de esos destellos científicos de México, de Colombia y otros lugares que merecieron elogios de Humboldt, y a cuya lista habría que agregar los admirables trabajos experimentales de Goicochea, Flores y aún Larreynaga en nuestra Centroamérica por los albores de la Independencia, debido, precisamente, a los beneficios de las ordenanzas liberales de Carlos III, verdadero impulsador de las luces del siglo, infortunadamente apagadas por el terror de la herejía. Aquel monarca visionario luchó en vano por que España y nosotros siguiéramos formando parte de Europa
Pero, infortunadamente, nos empecinamos entonces, y todavía ahora, por lo que parece, en mantener los inadecuados y defectuosos métodos de enseñanza, en resistirnos a admitir el libre examen de los fenómenos naturales, en el desprecio por la observación desinteresada y la investigación experimental. Este concepto apriorístico de la ciencia ha llevado a nuestros llamados sabios a rechazar de plano cualquier teoría, cualquier hipótesis que no se acomode a sus prejuicios. Resultado: que carecemos casi enteramente de científicos y filósofos de NIVEL MUNDIAL, como se puede comprobar con sólo leer la lista de inventores y descubridores desde el Renacimiento a la fecha. Si hay cinco de apellidos españoles, en tantos siglos, estaríamos contentos.
Por ese desolador paisaje es conveniente que los iberoamericanos hablemos con franqueza reconociendo nuestras propias fallas para enmendarlas y emprender, a todo tren, una enseñanza básica fundamental, científica y tecnológica sostenida por nuestro humanismo liberal –de libertad—que le dé orientación correcta. Una enseñanza encaminada al desarrollo de nuestros recursos naturales, de minas. Tierras y ares, que impulse la agricultura, la industria y el comercio; que destierre la ignorancia, la miseria, el hambre, la explotación y busque el rescate de nuestros pueblos, hundidos, por siglos, en un obscuro submundo. por que sino, lo despiertan otros con sus agrios ruidos de la estepa rusa, o con el atractivo tintineo del dólar americano, o con la anacrónica fantasía de la dictadura falangista, madre ancestral de todas las nuestras.
De estos problemas he hablado, amigo mío, con algunos sacerdotes progresistas y rectores de universidades católicas, y ellos han convenido en que es necesario cambiarle de sitio al púlpito, sin que se tenga que modificar, por ello, la estructura del templo.
Si estamos en la era de la ciencia, es preciso sentar a la universidad sobre una plataforma científica con mentalidad contemporánea, para así poder hablar con aplomo de nuestro humanismo cristiano, o liberal, o conservador, o socialista, con entera libertad
Esta es, amigo mío, mi postura racionalista. Si la admites así, podemos seguir dialogando sobre temas culturales.
De todas maneras, siempre soy tu respetuoso amigo de siempre.
MARIANO FIALLOS GIL
Nota del autor: en este punto se interrumpió el diálogo