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Carta MFG a PAC, 2ª.

Humanización de las ciencias y de las humanidades

Respuesta a Pablo Antonio Cuadra, 2ª. Parte

MARIANO FIALLOS GIL

8 de octubre de 1960

Querido Pablo Antonio:

Tuve que dividir mi respuesta en dos partes.  En esta segundo me referiré ala parte final de la carta que me dedicas en tu editorial y en donde resumes muy bien, en sentido figurado, un tema favorito de las discusiones universitarias.  Este es el de la interacción de las ciencias y las humanidades o, como dicen otros, el de la humanización de las ciencias.  A ello agrega, por mi cuenta, el de la humanización de las “humanidades”.

Como poeta echas mano de la expresión poética con la vieja imagen del fuego para patentizar el grave peligro del hombre actual.  Dices, al final, (que las universidades deben hacer) “algo que permita inventar el fuego pero (también) algo que impida que el fuego devore al hombre”.  Estoy completamente conforme.  En lo que convengo es en ciertas reflexiones y métodos que te conducen a ese final.

Porque la ciencia, Pablo Antonio, es también “humanidad”, bello y útil producto de humanismo, impulsado, en nuestra época y gracias a la liberación del Renacimiento, contra viento y marea, por el hombre mismo.  Por otra parte las “humanidades”, a veces, suelen estar fuera del correcto humanismo.  Por eso, y otras cosas no estoy de acuerdo con esta afirmación tuya que copio textualmente: “Ni el más grande invento puede parangonarse con el enunciado de una idea moral, de un principio filosófico o de un verso de Homero.  Inventar es apenas llegar a hombre…”

Cierto que Homero, como poeta, es maravillo, pero canta una época heroica de la historia humana con personajes poco edificantes para la juventud.  Y aunque la juventud se burla de aquellas armas, utiliza el mismo odio de Aquiles, pero con bombas atómicas.  Eso ocurre también con otros libros maravillosos.

Algunos principios filosóficos de gran utilidad en otras épocas deben ser revisados porque la historia del hombre marcha muy apresuradas.

Hay también algunas ideas de moralidad y justicia que seguimos utilizando y que deben ser adaptadas, modificadas o abolidas.  Me pregunto a veces si ellas constituyen un lastre para la civilización occidental –esta que llamamos nuestra—frente a otros mundos que se nos vienen encima.

Claro que aquí apenas enuncio un modo de pensar, pero quisiera aplicar ese modo de pensar al problema educativo de nuestros pueblos iberoamericanos que es lo que hoy nos importa.

Las universidades nuestras, y toda la enseñanza, se halla basada, desde sus escuelas coloniales, en la formación de lo que se llamó entonces “humanidades”, comprendiendo como tales a las letras, las artes, la filosofía (más bien teología) moral, etc., trasplantadas directamente de España y con descuido total de la formación del espíritu científico.  Bien caro lo hemos pagado.

Las clases superiores criollas o mestizad que se educaron en nuestras universidades (la pobre gente de abajo ha permanecido ignorante) sabían traducir a Virgilio y recitar a Homero.   Pero nunca se dieron cuenta de la admirable humanidad de Copérnico enmendándole la plana de Tolomeo, ni de la ironía de Galileo contra la física de Aristóteles (maravilloso hombre para dos mil años atrás) ni del empeño cartesiano para encerrar el mundo, dentro de las matemáticas.

Cuando las universidades plantean el problema de cómo equilibrar la ciencia y las humanidades, uno tiene que responder que la ciencia es también “humanidades” y que tanto vale una sentencia de Sócrates como los descubrimientos de Pasteur, porque ambos se complementan en la grandeza del espíritu.

La tragedia que vivimos más bien proviene de que los técnicos se aprovechan de los científicos y que los técnicos sacan partido los políticos, los militares y el comerciante para sus afanes de conquista. Y, además, distorsionan las sentencias morales válidas, transformándolas en “slogans” mercantilistas.  Analiza cuántas interpretaciones hay de la palabra Libertad.

En resumen, necesitamos hacer “tabula rasa” cartesiana de los principios educativos y construirlos de nuevo, aún cuando se utilizan muchos valores actuales.  Tenemos que enseñar mucha ciencia para recuperar el tiempo perdido.  Mucha filosofía racional, particularmente ética, para conducir por buen camino el uso de esa ciencia.  Y mucha poesía y arte ejercitado para mostrar cómo es que se disfruta de la belleza del mundo, de su conocimiento de su ciencia y de su ética.

Quizás debiéramos de atrevernos a eliminar de la historia las guerras y sus atrocidades y relatarle a la juventud lo que es constructivo, lo que es grande en esta aventura del género humano, lo que es verdaderamente heroico.

Y sobre todo, hacer partícipe al pueblo de los descubrimientos e inventos científicos, del producto de la técnica e industria, de la conquista de la salud mental y corporal del deleite de vivir en paz.

M.F.G.