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LAS UNIVERSIDADES LATINOAMERICANAS Y EL TEMARIO

DE LA TERCERA CONFERENCIA MUNDIAL DE UNIVERSIDADES

 

Las universidades latinoamericanas, que en su inmensa mayoría dependen de la contribución económica del Estado, se hallan cada vez más comprometidas a impulsar el estudio de la ciencia y la técnica y a desarrollar métodos de aplicación para el progreso de la industria, la agricultura y el comercio.  Ya el viejo estilo de una Universidad encerrada en sus problemas académicos ha pasado a la historia; por lo menos entre nosotros.  Ahora todos somos copartícipes de los mismos asuntos, no sólo en cada uno de nuestros propios países, sino, también, en los del continente y en los que, viniendo de fuera, influyen en la vida política, social, económica y cultural de sus pueblos.

La recuperación europea —todavía a la cabeza del pensamiento y del arte universales— crea nuevas fuentes de influencias, lo mismo que la independencia de las naciones que emergen de África, y el despertar de los pueblos asiáticos, largamente dormidos.  Hace también acto de presencia el azoramiento provocado por el reto tenso de dos colosos en acecho, Estados Unidos y Rusia, que amenazan con destruirse mutuamente, y llevarnos con ellos al abismo de la historia.

El crecimiento acelerado de la población latinoamericana ha traído consigo agitaciones sociales, crisis económicas, trastornos políticos, descontento de masas, todo, lo que, en fin, se llama revolución.  Pero revolución de verdad, que ya se halla en marcha, a veces volcándose en las calles y plazas públicas, otras, soterrada en la clandestinidad.

Todo ello impone una obligación tremenda a las universidades: la de preparar ideológica y técnicamente a los dirigentes de la vida pública y de las empresas privadas, para que se encaucen hacia la orientación genuina de la democracia y libertad latinoamericanas, basadas en la fisonomía y necesidades propias de sus pueblos.  De otro modo, la conmoción de ideas extrañas a su modo de ser, y la lucha de intereses exóticos contradictorios y diferentes, pueden apoderarse de su destino y perderlos, llevándolos más allá del impacto que provocó la conquista y la colonia.  Nuestros pueblos deben encontrarse a sí mismos.  Y en este ayudar a encontrarse, las universidades juegan papel principalísimo.

La tercera asamblea general de la Unión de Universidades de América Latina, que se llevó a cabo en Buenos Aires en septiembre de 1959, comprendió, en gran medida, la responsabilidad de sus universidades en el desenvolvimiento de estos pueblos.  He aquí, en líneas generales, algunos de los problemas con los cuales se están enfrentando las universidades latinoamericanas:

El enorme crecimiento de la población estudiantil que se aglomera a las puertas de las universidades y que bien puede calificarse como de «grandes masas».

Las universidades latinoamericanas no están preparadas para recibir a este creciente número de estudiantes.  Carecen de locales, de dinero, de métodos, de personal preparado.  Esto trae graves complicaciones, pues el excesivo número de solicitantes va en detrimento de la calidad de la enseñanza, y si, por otra parte, las admisiones se limitan, como ya está sucediendo, ¿qué debe hacerse con los que no alcanzan a entrar?

Sin duda alguna, se trata de un problema agudísimo.

La gran urgencia de formar técnicos y sabios constituye un problema universal, no sólo nuestro.  Pero en nosotros es intensísimo; por ello tenemos la obligación de abrirle las puertas a todos los estudiantes capaces intelectualmente de entrar por ellas.  No podemos rechazarlos, pues sería atentar contra los más elementales derechos del hombre.  En este caso, entre el Estado y la Universidad, debe hallarse una fórmula adecuada que no es otra que la de crear las condiciones necesarias para que se le pueda otorgar a cada estudiante una educación universitaria de acuerdo con sus capacidades y sus méritos.

Debemos rechazar, pues, el llamado cupo universitario que cierra las puertas a muchos capaces sin darles ninguna compensación.  Los latinoamericanos no se pueden dar el lujo de ser implacables en ese límite, desperdiciando así grandes talentos.  Demasiado hemos desperdiciado en el curso de la historia.

El planeamiento de la educación universitaria es otro problema conectado con el desarrollo de la sociedad de nuestro tiempo y los grandes cambios a que se halla sujeta.  Hay, por lo tanto, que revisar la enseñanza universitaria y acomodarla a esos cambios.  Nuevos métodos, nuevas carreras y un sinnúmero de conocimientos en los ramos de la ciencia y de la técnica, de los que ni siquiera se tenía sospecha hace unas cuantas décadas.  Desde el régimen jurídico hasta los sistemas de locomoción, todo se halla en marcha.  La conquista del espacio, la energía nuclear, las organizaciones sindicales, la reforma agraria… todo hay que enfrentarlo y trazar las líneas de una enseñanza eficiente, rigurosa y dinámica, al paso de la historia.

En una de las declaraciones de la III Conferencia de Buenos Aires se dice:

Que la educación en el siglo XIX se dirigió preferentemente al individuo de las clases influyentes.  En el siglo XX asume el carácter de educación de masas, entendidas éstas como la población completa de las pequeñas y grandes comunidades.  El planeamiento descansa en el principio de que la educación es un derecho de todos a alcanzar todos los niveles de mejoramiento humano, condicionado únicamente por las disposiciones naturales.

En una de las recomendaciones se dice, refiriéndose a la reconstrucción del sistema escolar:

Que esta reconstrucción del sistema escolar puede y debe encararse, simultánea o sucesivamente, en dos esferas: la de la actividad educativa, en su compleja multiplicidad de instituciones, doctrinas, experiencias, métodos y técnicas, planes y programas, régimen docente, organización y administración, y la de la legislación escolar.  En este último campo debe dotarse al sistema educativo de los pueblos de América Latina de instrumentos legales que pongan término a la dispersión y consiguiente ineficacia, existente en cada uno de los niveles, ramas y modalidades, que definen con claridad los ideales y los fines pedagógicos.

En otra declaración se dice:

La Universidad ha sido y es un órgano fundamental de elaboración y comunicación del saber y la cultura, los cuales ha concebido como bienes universales, por encima de toda frontera o limitación; sobre ella debe ordenarse lo demás: la formación del ciudadano, del profesional, del investigador científico y la formación de hombres de ciencia.  Todos estos objetivos deben confluir en la tarea que define a la Universidad como institución de cultura: la formación del hombre entero en la plenitud de sus fuerzas creadoras y de sus posibilidades de comprensión de sí mismo y del prójimo.  La Universidad es una institución de su tiempo y en tal sentido no puede ser extraña a los problemas que la circundan; por el contrario, debe estar abierta a su libre y serena discusión, contribuyendo a su esclarecimiento.

Así, pues, la formación del hombre universitario, la filosofía de la educación universitaria no está encaminada al saber enciclopédico, sino a la formación del hombre capaz de pensar y, al mismo tiempo, de enfrentarse a las inmensas responsabilidades sociales que su deber le impone.  Ningún profesional o especialista desprovisto de ese sentimiento social, puede asumir esas responsabilidades.  De allí que la enseñanza científica y técnica, debe ser orientada constantemente en ese sentido. La Universidad, por lo tanto, no puede vivir de espaldas a los problemas sociales y políticos del momento.  No es una isla.  Es un organismo sobre el cual reposa la responsabilidad de formar a los expertos que han de buscar soluciones a los grandes y pequeños problemas nacionales y humanos.

Entre las declaraciones doctrinarias de ese III Congreso, se halla la relacionada con la formación del espíritu cívico de los estudiantes.  Por ello considera como función esencial de la Universidad, la de concurrir al progreso social y económico de sus respectivos países, a fomentar y despertar en los estudiantes una profunda solidaridad social que encamine sus esfuerzos hacia el bien común, y al de todos y cada uno de los miembros de la comunidad, especialmente de los más necesitados.

Esta función específica es la de formar en el pueblo, y principalmente en el alumnado, el espíritu cívico que convierte a cada ciudadano en celoso guardián de las instituciones democráticas y de los principios de justicia y libertad, como asimismo, contribuir activa y eficazmente a una evolución económica, técnica y cultural que permita el cumplimiento del carácter funcional de la riqueza al servicio de la comunidad, sin que tal finalidad menoscabe los derechos inherentes a la persona humana.

Todo ello requiere un concepto nuevo en la actividad universitaria, un punto de vista que mueve a discusiones y que, frecuentemente, levanta airadas protestas en los sectores reaccionarios de la sociedad, que no se dan cuenta de que si la Universidad diera la espalda a estos asuntos, estos la arrollarían poniéndola por debajo de su propia misión.

Este mundo nuevo que se despierta con una gran variedad de carreras para la juventud, más allá de las tradicionales, exige en los educadores la creación de organismos que orienten a la juventud en su escogencia.  Es frecuente que ésta se haga por inclinación rutinaria, basada en prejuicios y en el interés material.  No se toman en cuenta ni aptitudes personales ni la necesidad social.  Escasean, por ello, los agrónomos, técnicos, economistas, mineros, etcétera, y sobran, en cambio, los diplomados en las antiguas carreras de derecho y medicina, de las que se halla saturada Latinoamérica, en sus sectores urbanos.

En términos generales, pues, las universidades latinoamericanas se enfrentan a problemas propios, a problemas comunes cuyo planteamiento se hace en torno de los tres temas primordiales de la asamblea mundial, que ha reunido en la ciudad d México a representantes de cerca de trescientas universidades de diversas partes del mundo, del sector occidental y oriental, de todas las razas y religiones, de diferentes costumbres, climas y regímenes políticos.

Sin embargo, y esto es lo reconfortante, estas universidades, que representan lo más elevado de la cultura humana, tienen entre sí un denominador común, una aspiración común, y ésta es, la formación del hombre del presente y del futuro, en función de su destino común, de su salvación frente al caos que presentan esas diferencias que hay que resolver en paz y no en guerra, en inteligencia y no en brutalidad, en cultura y no en primitivismo.

Los temas de la Conferencia son fascinantes.  Helos aquí:

  1. Universidad y la formación de los directores de la vida pública.
  2. Interacción de las ciencias y las humanidades en la enseñanza superior de nuestro tiempo.
  • La expansión de la educación superior.

Ya las universidades latinoamericanas han venido tratando de estos temas en sus diferentes asambleas y dentro de sus propios seminarios, pero ahora, en plan mundial, tienen un significado mucho más amplio.

La información que suministra la Secretaría General de la Asociación Internacional de Universidades —organismo que patrocina esta III Asamblea que se realiza en México— da una idea de la preparación que, durante años, ha venido haciéndose para su desarrollo y divulgación.

La publicación de antecedentes y documentos ha sido profusa.  El trabajo preparatorio ha sido elaborado por miembros del cuerpo administrativo de la Asociación o por representantes de algunas de sus universidades.  Su propósito ha sido el de divulgar la forma en que estos problemas se presentan en diversos países, cómo se plantean y resuelven y cómo es posible que se desarrollen en el futuro.  De esta manera las discusiones de la III Asamblea han sido conducidas concretamente por medio de numerosos ejemplos en una gran variedad de situaciones, en lugar de ser tratadas en abstracto.  Así, sobre los tres temas principales, se dice:

Primer tema:  La Universidad y la formación de los directores de la vida pública:

Desde que la educación superior asume la pesada responsabilidad de formar a las personas que regirán la vida pública, es obvia la importancia que en este campo juegan las universidades.  Mucho se ha dicho acerca de las funciones universitarias para formar hombres completos que han de ocupar funciones elevadas, es decir, especialistas responsables que dotados de imaginación, comprensión humana y cultura general, tengan, al mismo tiempo, no sólo la capacidad de crear sino de actuar como mediadores inteligentes entre las diferentes capas de la sociedad a la cual sirven.

Un folleto en francés, bajo el título que enuncia el tema, nos da una clara idea de las diversas soluciones que se han preparado en la conferencia.  Así, el vicerrector de la Universidad de Rangún, Birmania, escribe sobre «Una experiencia asiática»; un profesor de una universidad francesa,  sobre «La enseñanza superior y la formación de los cuerpos directivos de la vida pública en Francia»; otro profesor, esta vez de la Universidad de Indiana, Estados Unidos, sobre «La respuesta de la Universidad a la evolución de los conceptos y las situaciones»; el prorrector de la Universidad del Estado Lomonosov de Moscú, sobre «El papel que desempeña la Universidad de Moscú», y así los del mundo árabe, o de las universidades católicas, etcétera.

El segundo tema: «Interacción de las ciencias y las humanidades en la enseñanza superior de nuestro tiempo», ocupa lugar preponderante en las preocupaciones de los universitarios de todas las instituciones del mundo, independientemente de su situación geográfica, económica y política, o de su antigüedad o religión.

El Rector de la Universidad de París ha hecho hincapié en su preocupación por la invasión creciente de la tecnología en la Universidad, al mismo tiempo que otros rectores de distintas universidades insisten en diferentes soluciones; así, unos, en la humanización de los estudios científicos a través de la lectura de escritos clásicos científicos; otros insisten en la necesidad de un equilibrio inteligente entre los estudios de las humanidades y las ciencias para todas las profesiones.  Algunas de las inscripciones sobre este tema se relacionan con el nuevo humanismo que podría crearse alrededor de las ciencias aplicadas, en contraste con las de naturaleza más abstracta de la ciencia pura.

Los rectores de las universidades belgas han enviado un mensaje sobre el humanismo social y científico que fue reproducido junto con el resumen del vicerrector de la Universidad de Andhra, India, tratando de la influencia de las ciencias en la sociedad y de la necesidad de establecer la educación de los líderes de la sociedad sobre una base más amplia.

El tercer tema: «La expansión de la educación superior».  Para éste se formó una comisión especial que estudió con datos estadísticos el notable crecimiento del número de estudiantes, haciendo notar el exceso en algunas profesiones y la ausencia casi completa en algunas otras. Este es un problema no solamente característico de América Latina, sino aun de regiones tan desarrolladas como la Gran Bretaña.  En México, por ejemplo, se dice que de 54 carreras existentes en la Autónoma, el 80% de los estudiantes se halla concentrado en seis facultades y escuelas.

Se agrega que la expansión de la educación superior contemporánea no puede ser concebida sólo por el aumento del número de estudiantes, sino que debe incluirse la extensión y diversificación del currículum, consecuencia del aumento completo de los conocimientos modernos de la sociedad actual.

La creciente importancia que van tomando las universidades latinoamericanas y la conciencia del papel que tienen que desempeñar en el desarrollo de estos pueblos puede medirse con sólo el hecho de que las universidades del mundo entero hayan escogido a México para la sede de su tercera asamblea mundial.

De esa asamblea esperamos grandes resultados.

Uno de ellos ha sido, naturalmente, el de haber dado ocasión a que los líderes de las universidades, los que moldean en sus manos los destinos de la juventud, tengan contacto personal y noten, los unos y los otros, que la aspiración común de la unidad del hombre se halla, primeramente, en buscar una fórmula para la unidad de la cultura.

 

(1961).