Poeta de la humildad y la grandeza.
LEON, COPA DE BORDE QUEBRADO
Salomón de la Selva nació el 20 de marzo de 1893 en León de Nicaragua, ciudad universitaria, liberal y católica. Por aquel tiempo las calles de la ciudad estaban empedradas y había balcones desde donde los señores veían pasar al pueblo. Ciudad entre paredes sólidas y aldabones, de manzanas cerradas sin jardines exteriores, pero con patios plantados de árboles frutales, arbustos florecidos y rosas todo el año. Zenzontles, clarineros, palomitas de San Nicolas y pájaros de pecho amarillo llamados güises, que volaban al ponerse el sol. Todo el día campanas tañendo desde sus numerosas torres, hasta el toque de queda que rodaba solemnemente de la gran Catedral por encima de los tejados de barro. Faroles de aceite de coyol que apenas se alumbraban o así mismos. Ambiente de conspiración política y amorosa, de liturgia, de aparecidos, de brujerías.
Cualquier cosa, como en la Edad Media, era tentación del demonio. Ello no obstaba, sin embargo, para que los jóvenes de sangre ardiente en la eterna primavera de lluvia y sol, se alborotasen con los pecados de la carne, de los cuales, nuestro poeta, no se libraría nunca.
No en vano llevaba, además, el nombre del rey judío rodead de concubinas y poesía erótica.
La ciudad se asienta sobre una llanura de tierra fértil y profunda en la costa del Pacífico. Por entonces se hallaba rodeada de bosques, ganados, plantaciones de caña de azúcar, cacao, huertas de maíz. Ahora es campo talado, mecanizado por el cultivo del algodón, sin pájaros ni flores, ni abejas, poblado de aviones fumigadores y tractores ronroneando como toros domesticado.
A pocas leguas, hacia el occidente, está el mar con sus playas tendidas de arena gris, esteros glaucos y rocas propicias a las leyendas, como en la antigua Grecia, Ríos de aguas dulces con camarones dorados, ágiles pececillos y perezosos caracoles. Hay una fuente, el Pochote, que otorga el don de·la inspiración poética. Hacia el norte, una larga fila de volcanes recorre el horizonte en graciosa ondulación y peligrosos estremecimientos. En sus vientres anidan los demonios que vomitan lava y terremotos. Eso sirve de aviso para reconciliarse con Dios y con los santos y por ello las viejas se santiguan con miedo y las doncellas con coquetería. Los señores de entonces, con leontinas de oro y silenciosas devociones, jugaban al liberalismo. Sin embargo, las mujeres se mantenían encerradas, imitando con ello a sus ascendientes árabes. Ese aislamiento permitía a los caballeros solazarse con las muchachas del pueblo, con las núbiles hijas de Subtiava, del Vecino poblado indígena que fue aclarando su piel y elevando su estatura aj compás de los deseos de los señores criollos.
También los señores fueron ocupando las tierras de indios, igual que en la colonia y siempre con la complicidad de los militares y los políticos. Ello les permitía destilar el sudor del pueblo en libras esterlinas y viajar a Europa y educar allá a sus hijos y traer mueblería para adornar sus casas, espejos, estatuas, sillones, pianos, cristalerías.
Frente a la casa de alquiler en que nació Salomón –hijo de un abogado pobre –un gran señor burgués levantó casa suntuosa como una villa italiana, contrastando con la sobriedad arquitectónica de la ciudad. Era una casa llena de adornos importados en la que se daban periódicamente grandes fiestas para la mejor sociedad leonesa y se agasajaba a los visitantes ilustres. Por la reja de su jardín –el único jardín exterior de la adusta ciudad– el poeta contemplaba las fiestas con sus valses, cuadrillas y desfiles.
Salomón de la Selva nació y pasó su niñez en este ambiente. Rubén Darío mientras tanto, enviaba desde Europa los destellos de su triunfo a la juventud de Nicaragua. En León había academias, juegos florales y los jóvenes estudiantes o intelectuales se sentían obligados a escribir versos.
Pocos días después de que nuestro poeta viniera al mundo, estalló en la ciudad un movimiento revolucionario jefeado por ideólogos y poetas liberales, pero ejecutada por militares. Como ocurre, siempre, los militares asaltaron el poder y desde allí, al margen de los ilusos doctrinarios, se mantuvo una dictadura de diez y siete años encabezada por el Gral. Santos Zelaya. A éste lo botaron los yankis en 1909 con una nota amenazante e intervencionista del Secretario de Estado de los Estados Unidos. Así se posesionaron del país en complicidad de unos políticos llamados conservadores, (del bando contrario} y manejaron las finanzas y la política con sus gobiernos títeres.
Todos estos ingredientes coloniales, de milicias y curas, liberales y dictadores, leoneses y granadinos (de Granada, la ciudad rival) de yankis y muchachos poetas, formaron el alma de Salomón de la Selva, poeta lleno de amor y rebeldía por la vida, por su pueblo, por su familia, por su raza. Su posición social y su pudor lo hicieron un poco tímido –el mismo mal de Rubén– huraño a los aplausos y al trato del público.
El Padre de Salomón fue el Licenciado Salomón Selva (el poeta para diferenciarse y darse tono nobiliario compensando así su niñez estrecha, hizo preceder su apellido con la preposición y el artículo «de la» que sus hermanos e hijos imitaron).
El Lcdo. Selva fue hombre de combates abogados y políticos y ciudadano rebelde, enemigo de dictaduras. Por ello, une de tantas veces, lo metieron a lo cárcel y estando allí preso, llegó a León el Presidente Zelaya, circunstancia que Salomón, el hijo, aprovechó aun siendo muy niño, pues solamente contaba con doce años de edad, para invocar le libertad de su padre, lo cual hizo metiéndose en el séquito del dictador y sorprendiendo a todos con un discurso incendiario en donde salieron a relucir los derechos del hombre del ciudadano.
Tal atrevimiento y desenvoltura cayeron tan en gracia al tirano que éste ordenó inmediatamente la libertad del Licenciado y ofreció una beca al niño para irse a estudiar a los Estados Unidos. Este aceptó, y así fue cómo se vinculó a este país y a su idioma. la beca duró el tiempo que permaneció Zelaya en el poder. Al caer éste se quedó el poeta en desamparo. Sin embargo, se las arregló como pudo para sobrevivir ejerciendo varios oficios, uno de ellos, el de limpiabotas en el Central Park de Nueva York.
Andando el tiempo fue profesor de literatura en la Universidad de Cornell. Tenía 22 años de edad. Por entonces conoció a la poetisa norteamericana Edna Saint Vicent Millay a quien amó. Después el poeta se fue a la guerra.
En su primer encuentro con Edna –ya se conocían por correspondencia– ella lo recibió con palabras que 5alomón no entendía. Como él le pidiera que se les volviera a decir y él siguiera sin entender, Edna le dijo sonriente: «Es griego, Salomón, es griego». Entonces él se quedó perplejo y humillado y se dedicó a estudiar el antiguo idioma de los dioses.
Salomón fue hombre de libros. Se hundía en las bibliotecas públicas, en las universidades y en bibliotecas privadas a las que tenía acceso por recomendación de sus amigos. Todo ello no impedía que viviera la vida tal cual ésta se le ofrecía, en su plenitud de amor y contemplación, de espectáculo, en ciudades y paisajes, sin que le asaltaran dudas religiosas, como a Rubén.
Muy pocos, entre los intelectuales latinoamericanos, tuvieron esa sed de erudición que el nicaragüense tuvo con tanto apasionamiento y éxito. Ello le condujo, naturalmente, al mundo antiguo, a la evocación del grandioso mundo pagano de cual sentía nostalgia, pese a su cristianismo un poco postizo.
Y en esto se diferenciaba de su maestro Rubén Darío, quien se esforzó siempre por incorporarse al mundo pagano, lo que nunca pudo lograr ya que su catolicismo supersticioso y temeroso se Jo impedía. En cambio, Salomón era fundamentalmente pagano, aunque se esforzase, por lo contrario. Él siempre puso en el Olimpo a la Virgen y de los santos y Dios nunca dejó de ser Zeus. Quiso cristianizar a Homero o a Horacio y lo que logró fue paganizar todo lo que tocaba.
Y no era cuestión de sangre puesto que él era tan mestizo como Rubén. Aunque tal vez a diferencia de éste, Salomón pudo libertarse de su ambiente leonés a muy temprana edad e incorporarse a otra cultura más práctica, mientras que el otro siempre estuvo en torno de la misma cultura hispánica, valga decir, a la sombre de la Catedral.
Sin embargo, qué sabe uno lo que ha de resultar con semejante mestizaje. Y a saber qué aires del diáfano Mediterráneo del oscuro Mar del Norte — (hasta una abuela inglesa que le dio ojos azules a su tez de eceituna)-.y qué hábitos indígenas soplaban en su espíritu ansioso, de cosas nobles y selectas.
A diferencia de Rubén, que desde niño conoció la amargura de la separación materna y la murmuración callejera, Salomón, mantuvo siempre sus vinculaciones familiares. Era en esto del amor a los suyos, un provinciano. Del matrimonio de sus padres (la madre quedó viuda pronto) nacieron diez hijos, de los cuales seis eran varones. Y todos permanecieron pendientes unos de otros, protegiéndose mutuamente, aunque separados por la geografía. Pero todo punto de referencia estaba en León, a quien dedicara una Oda:
León, copa de borde
quebrado, que me hieres el labio si te acerco
a la boca de mi olmo: tu licor agrio acorde
está con mi cariño doliente, altivo y terco»