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PROBLEMAS DE LA RECTORÍA

Me parece conveniente referirme a lo que expone un estudiante universitario, en artículo publicado el viernes próximo pasado bajo el título «Mariano Fiallos y la Universidad», todo en relación con mi nombramiento de Rector de la Universidad Nacional, y a los problemas que debo enfrentar en el ejercicio de un cargo de semejante responsabilidad.

El referido estudiante habla de condiciones que impuse para tal nombramiento, las cuales, según él, se hallan en secreto.  Le agradezco mucho que me dé la oportunidad de aclarar que no hay tal secreto, puesto que tales condiciones ya fueron publicadas en diversos diarios del país, como El Centroamericano, La Noticia y Flecha hace una semana.

La primera de ellas es a de permanecer en la Rectoría alejado de todo compromiso político partidista y de espantar de la Universidad toda clase de politiquerías, tanto de arriba como de abajo, puesto que no es ésa la razón de ser de la Universidad.  No queremos aquí barricadas ni estatuas de políticos.  Ni servilismo, ni cerrilismo, porque, así como no se concibe en nadie la amistad incondicional, tampoco se concibe la enemistad incondicional.

La Universidad es, en Nicaragua, una institución del Estado; ese es el hecho, llano y simple. Nuestra misión debe ser sacarla de la órbita de sectores dañinos y darle autonomía.  No se puede poner como condición la autonomía absoluta porque eso es, por el momento, imposible, ya que hay demasiados obstáculos de por medio.

Pero tampoco puede uno descorazonarse desde el primer momento, si no, por el contrario, tratar de dar los primeros pasos hacia esa autonomía y buscar los medios necesarios para hacerlo.  Esta es la segunda condición.

La tercera y última es que, el Rector, para poder exigirle cumplimiento en su cometido, debe otorgársele autoridad suficiente para dirigir la Universidad.  El actual Reglamento no está adecuado a tal fin, sino que sujeta al Rector a una serie de trabas que lo rodea de una burocracia algo rígida.  La responsabilidad del Rector queda así diluida y esto hay que arreglarlo.

Después de conversar varias veces con los señores Ministro y Viceministro de Educación, doctores René Schick y Pedro J. Quintanilla sobre estos aspectos universitarios que ellos muy bien conocen, me dieron toda clase de autorización y medios para el desempeño de mi cargo. Jamás vi funcionarios mejor intencionados y más amplios en tal sentido.  Y por eso acepté la Rectoría de la Universidad con gran optimismo.

Uno de los primeros pasos que se van a dar es la de incorporar la Universidad a la vida del país; llamar a los graduados: médicos, abogados, farmacéuticos, ingenieros y darles beligerancia en el gobierno y destino universitarios, puesto que ellos pertenecen también a la Universidad, y es de su experiencia profesional, docente o investigadora, de la simple vida de los negocios o del hogar, de donde puede extraerse la experiencia necesaria para hacer marchar esto de  la mejor manera posible y darle su verdadero sentido.  Otro: procurar romper la barrera de desconfianza existente entre las autoridades universitarias y los estudiantes, tal vez por incomprensión o por saturación politiquera, e incorporarlos a la actividad de la Universidad, en lo que proporcionalmente les corresponde; y hacerles ver que esta Universidad, es Nacional y no de Occidente ni mucho menos, leonesa.

Hay que aclarar ahora ciertos puntos que aborda el estudiante y que se refieren al personal de catedráticos de la Universidad.  Deseo afirmar que casi todos ellos son competentes en su materia, honestos y dignos; que sirven el cargo más por vocación docente y amor a la Universidad, que por el sueldo que reciben, el cual ocupan casi en compra de libros y representación.

Con ellos puede hacerse mucho, y si el Ministerio de Educación Pública se halla en capacidad de continuar dando, como ya empezó, material didáctico, libros, útiles de laboratorio, de gabinetes de física, etcétera, estoy seguro que la lenta vida universitaria actual cambiará de ritmo y será transformada en lo que debe ser: Un centro de altos estudios e inquietud, de dialéctica e investigación, de abordaje de problemas humanos y nacionales, de entidad atractiva para la curiosidad científica y filosófica, por las vocaciones artísticas, etcétera.

Queremos traer profesores especializados del extranjero, y ya el Gobierno dispondrá de la partida presupuestaria correspondiente para que sirvan cátedras en aquellas materias en donde no haya profesores del país: principalmente en materias básicas: biología, química, física y matemáticas en las que, como en casi todas las universidades hispanoamericanas, vamos muy a la zaga.

Pero en realidad, no solamente queremos que los estudiantes egresen como técnicos en su profesión o con su curiosidad científica avivada, sino que, principalmente, hagan descansar su sabiduría sobre la dignidad de ser hombres, oficio, por cierto, bastante olvidado, aquí y en otras partes.

Lo que nos importa es recalcar a cada momento la calidad humana del profesional: su dignidad personal, su libertad y el concepto de que el centro sobre el cual gira la enseñanza y la preocupación universitaria es el estudiante mismo, el hombre en sí.

Me parece que algo puede hacerse, aunque no estoy cierto de lograrlo, pero no he de correrme desde antes de comenzar.  El citado estudiante es harto pesimista y me augura fracaso.  Puede ser que fracase o tropiece con tan grandes obstáculos, que mañana mismo me vea obligado a   abandonar el cargo.  Pero tengo esperanzas de que la amplitud que se me ofrece será efectiva.

Y crean los estudiantes, que ellos son lo más importante en el engranaje universitario y que el Rector es una persona que cree en la dignidad humana, y que tanto el Estado, como la Universidad, son instituciones, como todas las demás, que se hallan al servicio del ser humano, y no al revés.

Veremos si algo se logra.

15 de junio de 1957.