POLÍTICA Y RELIGIÓN EN LA UNIVERSIDAD
Las actividades de política militante han sido nocivas para casi todas las universidades de la América Hispana. Los estudiantes han salido a la calle y han levantado barricadas para combatir a tales o cuales gobiernos; a su vez, algunos gobiernos los han utilizado para su provecho, estimulando en ellos el servilismo y la adulación. De esta suerte, la flor y nata de la juventud hispanoamericana ha sido víctima de la política de los de abajo y de los de arriba.
Tal vez esta sea la causa por la cual las universidades de la América Hispana se hallen muy por debajo del nivel de estudios de otros centros similares del mundo. La investigación científica, el estudio concienzudo de la naturaleza, la especulación filosófica, y, en fin, todo lo que constituye la amplia órbita universitaria, no ha rendido el fruto que corresponde, a pesar de la antigüedad de estos centros, fundados por los españoles desde principios de la Colonia.
Hay sí, en este fenómeno, una cuestión correlativa. Tal vez la efervescencia del estudiante en cosas distintas a las docentes se deba a la falta de medios para satisfacer su inquietud de conocimiento y curiosidad científicos. Es muy posible que la ausencia de laboratorios, de gabinetes, de profesores especializados, de presupuestos adecuados, sea la causa de que la vitalidad juvenil, así frustrada, se desplace hacia la calle para llenar objetivos biológicos y vibrar en algo y para algo.
Por supuesto que el estudiante universitario, es ya un adulto cuando arriba a las aulas. La responsabilidad de su vocación corresponde en gran parte a quienes lo formaron en secundaria, y éstos, a su vez, los reciben todavía tiernos de los calientes moldes de la escuela primaria. Todo un fenómeno de la educación en general que debe acometerse en globo.
Como los estudiantes universitarios resultan así defectuosamente formados, con poco sentido de su extraordinario valer, ocurre que cuando ya mayores llegan a regir los negocios de la República ellos, que constituyen la élite del país, hacen poco caso de la Educación Pública y orillando su importancia se convierten, de víctimas que fueron por la indiferencia de sus padres, en victimarios actuales de sus propios hijos. Un círculo vicioso de nunca acabar.
Me parece que el estudiante como tal, no debe meterse en política militante, salvo en casos excepcionales. Su situación de «ser en potencia», hace prematura su intervención. Tiempo tendrá después de realizar política activa, si es que tiene vocación política, pero mientras se halle en formación, debe dedicarse al estudio, a la investigación, a su cultura moral, al conocimiento de sí mismo, y a respetar su dignidad humana respetando la dignidad de los demás.
Esta reserva no implica el dar la espalda a los problemas políticos de altura, todo lo contrario, los obliga más para cuando les toque su hora: En la Universidad deben discutirse todas las doctrinas, y opinar libremente por ellas: por el liberalismo, el conservatismo, el comunismo o el fascismo. Mantener la dialéctica interesándose por su estudio. Incorporarse a este vivir de laboratorio humano sin temores de ninguna especie, porque esa efervescencia contribuye a su educación y a su futuro, cuando tenga que ir por los caminos de la Patria, en su duro andar quijotesco, que para eso está destinado.
Este es el concepto correcto de la ocupación política universitaria, y no la callejera de las barricadas o del servilismo. No debe malograrse a la juventud en oficios prematuros como ha ocurrido ya, por siglos, con las juventudes de la América Hispana. Y sepan que esto de ser universitarios y de ser hombres, es cosa seria.
En cuanto a la cuestión religiosa, algunos han traído a colación datos acerca de viejos conflictos surgidos entre la Iglesia y la Universidad. De ello se podría hablar mucho y no faltará ocasión de hacerlo.
Pero no está por demás expresar que, en mi opinión, la cuestión religiosa —religiosa católica, se entiende— no es actualmente un problema. Y no lo es sencillamente por la forma harto elemental de nuestra enseñanza superior. Si hubiera, por ejemplo, una Escuela de Filosofía, y catedráticos que expusieran los problemas de la filosofía actual y de todos los tiempos, en una atmósfera de libertad de pensamiento, tal vez podrían algunos católicos excesivamente celosos poner el grito en el cielo afirmando que se estaba corrompiendo a la juventud. Pero estoy seguro entonces que la Iglesia Católica repudiaría tales aspavientos y vendría a la Universidad a discutir de frente sus propios puntos de vista.
Si, además, tuviéramos un centro de investigación en ciencias naturales, biología, o más específicamente antropología, y se discutieran problemas de la evolución y algún profesor enseñara que la vida no es más que una forma refinada de la organización de la materia; o que se preconizara la necesidad de la eutanasia, la inseminación artificial humana, la esterilización u otra forma de control de nacimiento, todos ellos problemas científicos conectados con los morales y metafísicos, tal vez la Iglesia Católica u otra Iglesia protestaría dogmáticamente, o tal vez entraría, con pleno derecho, a discutir su doctrina, la cual derivaría en saludable dialéctica, jamás vista en nuestro centro de estudios.
Pero hoy por hoy no existe esa posibilidad, pues nos hallamos muy en el sótano de la cultura y, por lo tanto, todo conflicto religioso queda, de hecho, abolido.
Ojalá pudiéramos alguna vez alcanzar cierto nivel suficiente de vida universitaria. Entonces toda controversia sería más bien un acicate para avanzar hacia adelante.
25 de junio de 1957.