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A LA LIBERTAD POR LA UNIVERSIDAD

 Algunas personas excesivamente celosas del orden público han manifestado suspicacia por nuestro lema universitario: «A la Libertad por la Universidad», que ha comenzado a usarse recientemente. Este lema goza de gran simpatía, pues ha sido citado varias veces en congresos internacionales, informes, artículos, etcétera, y lo han adoptado, con ligeras variantes, otros institutos que aspiran, como el nuestro, a desterrar la ignorancia y la superstición. Ni que decir que los suspicaces pertenecen a la militancia política, o mejor, politiquera, de cuya variedad nos hallamos tan alejados. No se trata, señores míos, de un lema para la zona en que habitáis (y aquí habría que citar aquello de que «piensa el fraile que todos son de su aire») sino simplemente de prescribir una actitud razonable, y saludable, ante los fenómenos del mundo.

Y al decir razonable pensamos en el hombre como objeto mismo de estudio, como el ser más importante, o el único verdaderamente importante de la Naturaleza, a la cual se halla encadenado por instintos que deben educarse inteligentemente, y por supersticiones que él mismo se ha creado y de  las  que  hay  que  libertarlo. Para  ello no conocemos medio más eficaz que el conocimiento racional de la Naturaleza y de sí mismo.

Pensamos que la Universidad es el sitio ideal para adquirir este conocimiento y de irradiarlo al pueblo, agobiado por la miseria, las enfermedades, la ignorancia y la tristeza.

En la Universidad queremos formar una juventud capaz de comprender y emprender estas cosas, para liberar a nuestra Nicaragua, tan malherida por tantos dioses y tantos siglos.

¿De qué manera podríamos comenzar sino intentando la liberación de la mente, precursora de toda otra liberación? ¿Quiénes podrían sacarnos del atraso espiritual y físico en que nos hallamos sumidos sino los hombres disciplinados en el conocimiento científico?

El hombre libre es el que interpreta al mundo por sí mismo, por su propia razón, sin encargar a otro —por miedo o pereza— de este placentero y angustioso oficio. Este hombre libre no debe sentirse ni suficiente ni engreído. Ante el misterio debe asumir una actitud de humildad y reverencia, más no de impotencia.

Caballeros suspicaces: si desconfiáis de una libertad así conseguida merecéis permanecer donde estáis. Y perdonad, entonces, que insista en el lema y, aún más, que lo utilice para titular esta colección —si bien inmerecida de este honor— con tan hermosas palabras.

¿Por qué les tenéis miedo?

En el mes de junio de 1957 el presidente de la República envió una comisión a ofrecerme la Rectoría de la Universidad, dependiente, entonces, del Ministerio de Educación. Antes de aceptar solicité la promesa de que se promulgase cuanto antes la autonomía universitaria, se aumentara la partida del Presupuesto y se diera, mientras tanto, autonomía relativa en el gobierno universitario. Todas estas condiciones fueron cumplidas y el 27 de marzo de 1958, salía publicado, en La Gaceta, diario oficial, el Decreto No. 38 que otorgaba la ansiada autonomía. Sólo nos falta ahora que ésta sea consignada en la Constitución Política, así como el aporte estatal, no menor del 2% sobre el Presupuesto General de la República.

Para conocer algunos antecedentes —los más próximos— de la lucha por la autonomía, habría que consultar la Memoria del año lectivo 1957-58, que presenté a la Junta Universitaria y el folleto titulado Breve reseña histórica de la conquista de la autonomía escrito por el doctor Carlos Tünnermann Bernheim, Secretario General de la Universidad, y miembro activo del grupo de estudiantes fundadores del CEJIS, organismo estudiantil dedicado  a  actividades  jurídicas,  e impulsor, en gran medida, de aquel viejo sueño.

En esta colección se agrega la «separata» de la última Memoria que acabo de presentar a la Junta y que corresponde al año lectivo 1958-59. Tanto la primera como la última se hallan impresas. La mayor parte de lo publicado en el presente trabajo lo ha sido ya en periódicos del país, y se ha ordenado cronológicamente.

Ya desde 1953 se iniciaba una gran inquietud entre los jóvenes estudiantes que fundaron la citada agrupación.  Algunos de ellos fueron discípulos míos de Filosofía del Derecho. Por aquel entonces, en un diario del país, escribí un artículo citando el fervor que ya comenzaba. He aquí algunos de esos párrafos:

No hay duda que después de largos años de silencio, un nuevo espíritu universitario comienza a incorporarse. Ya hay una nueva manera de ver las cosas, algo que parece aflorar en el aire y que viene emergiendo por debajo de la vieja costra de prejuicios y rutinas, un como a darle la espalda a esta Universidad hecha de profesionalismo escolástico y utilitarismo inmediato.

Más fuertes que los libracos del siglo XIX y que las dudosas glorias del pasado, estos jóvenes de hoy quieren marchar con piernas autónomas y pensar con cabezas autónomas. Acción y palabra. Plantear problemas con recursos propios, inducir de ellos desde el pasado y deducir profetizando, sin pretensiones de profeta, lo que puede ocurrir, según las reglas reales y razonables del cálculo de probabilidades.

Los nicaragüenses, y en general los hispanoamericanos, tenemos la inclinación de considerar como verdaderos muchos principios aprendidos en los libros o escuchados de labios de los doctos. Pero no somos inclinados a examinar —por pereza tal vez— esos principios, ni hacer tabla rasa de ellos a la manera cartesiana y comprobar luego si son o no son valederos para nuestras latitudes y nuestro tiempo. Ese recostarse en los demás ha sido, tal vez, el obstáculo más grande para nuestro desarrollo.

Desde la agricultura hasta la filosofía política, los juicios siguen siendo así. A muy pocos se les ocurre investigar.  Pero ahora las cosas parecen ser diferentes. Que la Patria, entonces, sepa escuchar estas voces de la juventud.

Durante el período a que se refiere esta colección (junio de 1957 a mayo de 1959) la Universidad ha sido objeto de constante atención pública y de agitación interna de todo tipo. Es lógico que así sea cuando los jóvenes sienten una atmósfera de libertad que están estrenando después de largos, larguísimos años de enclaustramiento, si es que alguna vez se ha gozado de aquel derecho fundamental.

Los recortes de periódicos que tenemos coleccionados, la correspondencia interna o con el exterior, la incorporación a la vida internacional, el sentido de ser responsable ante la opinión pública y el pueblo ha preocupado hondamente a la Universidad. En medio de tantos y tan difíciles obstáculos —de orden económico, moral y político— hemos avanzado indudablemente. Pero ello ha sido logrado con el aporte de un grupo de personas dedicadas durante todas las horas del día y todos los días del año, al oficio universitario. La historia de estos afanes, son para contarlos aparte y en ocasión más propicia.

Por el momento va aquí algo de lo que he publicado en la prensa del país o en nuestras revistas y gacetas. No tiene más objeto que el de guardar, para los posibles interesados, algunos datos o hechos notorios en la vida de nuestra amada y vieja Universidad, a la que el autor se halla vinculado desde los tiempos —tan lejanos ¡ay! — de la bella juventud.

 

León, mayo de 1960.

 

Final del Año Segundo de la Autonomía.

MARIANO FIALLOS GIL