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MADRE

 

Madre: aquí está tu voz ungida de silencio

tu palabra de amores, tu corazón de llanto.

tu carne estremecida de saetas rompiendo

los torrentes de sangre para la nueva vida.

Vengan a mí, tú dices, el dolor y la muerte,

vengan perros hambrientos, hormigas, gavilanes,

venga plomo derretido a quemar mis entrañas,

a desgarrar mi vientre, a evaporar mi sangre.

 

Ay… cómo el dolor deshace los huesos de mi cuerpo

Ay…cómo se me retuercen mis venas y mis nervios

Ay… cómo corta en pedazos el músculo mi esfuerzo

Ay…¿por qué la muerte sirve de partera, Dios santo? …

 

La cuna de sus manos meciendo su vagido

y el blanco río tierno trasegando tu vida

tu sueño y tu milagro, tu piel y tu martirio y

la dulce sonrisa de tu tensa vigilia.

Largas lunas y soles, mediodías y noches

en acecho perenne de temblor y desvelo,

tu total cuerpo íntegro, tu pensamiento entero

persiguiendo entre abismos el sendero y el ritmo.

 

Para su alegría tu apartado contento

para su tormento tu caricia de pétalo

para su fatiga tu blanda voz de alivio

y para su agonía el óleo de tu acento.

 

Para tu amor no importa que otro amor se lo  lleve

ni que el silencio cerque de hielo tu congoja

que en tu vejez el llanto sin lágrimas te muerda

o la implacable sombra desolada te espere.

Para tu   amor, oh madre, no hay amor que compense

ni para tu sacrificio hay gratitud que valga,

tú sabes que buscando refugio en tus regazos

al malvado o al limpio tu corazón lo aguarda.

 

Raíz fuerte y nutrida, refrigerio y alivio

canto de luz meciendo los días de la infancia

en la cansada vida,  en el combate incruento

¡sólo tu voz, oh madre, resignada, llamando!