A UNA CHICA CONOCÍ
A una niña conocí
como suspiro disperso,
bajaba por el repecho
pisando apenas la hierba.
En su cabello traía
la flor de una enredadera
y en su corpiño prendida
la clara luz de un lucero.
De lejos el horizonte
se empinaba para verla
y la pupila del monte
y el ojo de la culebra.
Las lanzas del sorgo hacían
honores a la princesa
y el agua del Ojo de Agua
detenía su presteza.
Olor de llores silvestres
tenía su cabellera
y la garganta el perfume
de las milpas mañaneras.
¡Todo su cuerpo rimaba
a con una música nueva
y nunca la vieron ojos
que no murieran por ella!