Seleccionar página

EL COYOTE Y LA ELSITA

 

Cuando el Telica echa su humo gris hacia el sur, es que el viento se ha llevado la lluvia. Entonces comienza el verano y la luna de noviembre, clara como las playas de sal, hembra en las noches azules sin nubarrones ni estrellas.

Ya el oloroso guate va sazonando en las huertas y el ajonjolí se agrupa en las parvas para decirse el secreto de las semillas.  Es cuando el madroño florece en conchas blancas.

Y en los lejanos caseríos sube un aire ingrávido de viejas canciones, desde los agrios altares de las purísimas.

El quejido de un buey que rose el sol de los caminos apenas si estorba, el dulce sueño de los corrales.  Uno que otro son lo allá, más allá de los cenízaros, como una bala roma de escopeta, hace parar la oreja a los caballos amarrados a los postes …

Es un aviso.  Es que a la fiesta tradicional de la comarca, en la finca de los González, va llegando alguno.

­Ese es Tiburcio, el de la Rosa …

­Ese es Moncho, el de la Eulalia.

­El Chompipe? …  uhm …

­Sí, es Chompipe.

­Pues ya está cambiando de voz …

­Claro … si ya rezonga como torete …

­Ya dejó de ser potrilla le están bajando …

El tío Eustaquio tira un salivazo que se va enrollando en el polvo de un rincón.

­Ya pronto lo empezarán a patear los garañones.

­Ya lo patean tío Ustaquio, el otro día …

­¡A vos te patean también!… parece que te han untado hojas de guásimo en la lengua …

El ruido de una carreta chiqueándose en los cangilones, se viene y se va. Las mujeres de la cocina se salen a la puerta y en sus faldas, el rojo fogón, ha pintado brochazos escarlatas. Tienen ocupadas las manos y se suben en pelo con los brazos como si fueran a llorar …

­¡Oye los hombres! ¡que están pelando los dientes allí… que no oyen?

­¡Ajá! … ¡qué te pasa Rosita?

­Qué no miran? … ya se viene la gente …

­Pues que vengan… ya hace rato la estamos esperando …

Ya más cerca el golpe de la rueda contra el larguero es más recio porque son varias ruedas y varias interjecciones.

Las mujeres vienen hablando y algunas repasan en coro las viejas canciones.

Anselmito se separa un poco del grupo de los González y llama por aparte a su hermano:

­Ve mano, el viejo sólo tiene chicha …

-Ajá.

­Yo le dije a Ramón que se trajera escondiditos unos litritos de  guaro …

­Ta bueno, pero …

­Dejate de carajadas …

El patio se va animando.  Ya las carretas entran por la tranquera con un tropel de voces, de risas y de interjecciones:

­¡Ja … buey viej  jo!…

­¡Cuidad hom … ! que lo vas a descachar …

­¡Jincá al jipato…carajo!

­¡Muchacho de mier! …

­¡Hola  cuñado!

­Qué tal cuñado?

Los hombres tímidos casi no saludan a las mujeres.  Entre ellos se buscan…  Ellas se bajan de las carretas.  Las jóvenes con remilgos.  Las viejas, con la brasa del puro animadas por el jadeo, se van apeando, soltándose las enaguas que venían pegadas a lo recónditos  pliegues del trasero.

Los tardos bueyes indiferentes equilibran con las testas el movimiento de la bajada.  Los hombres llevan los caballos a los árboles y los que traen las guitarras empiezan a templarlas.  La gente se reparte por el patio limpio y moreno como un coma humedecido.

Los perros de la casa reciben a los otros visitantes e inician, después del tradicional saludo, una riña de carraspeos y marfiles …los viejos hablan de sus cosas: de la tapisca próxima en el maizal dorado, de las agobiadas espigas del arroz, del algodón …

Los hombre sazones cuentan de sus carretas y la potencia de los bueyes fleteros; los novillos lazados en las laderas …

Los muchachos hablan de muchachas …

Y las mujeres:

­Este chancho te va dar tres latas.

­Así creo yo, la estoy derritiendo …

­Y el frito?

­Ya el frito va estando… ¡Estas charrascas! …

­Estas charrascas están buenas …

­Claro señora, si lo engordé con maíz y no con suero.

­Y la Elsita?

La Elsita?

Las mujeres callan.  Es como si el aire se hubiera nutrido de voces agoreras.  La tía Rosaura agita precipitadamente el palo de la olla.  Las otras disimulan.

La Elsita?  El año pasado lo encogidos mozos la codiciaban como una colmena de abril en lo alto de un madroño.  La perseguían en las fiestas poblanas, la dejaban de mirar hasta que daba vuelta en un recodo del camino. Por ella, todas las camisas de seda rosadas se vendieron en la pulpería, muchos sombreros de fibra extranjera sustituyeron a los de cogollo adornados con el papelito del precio en la cinta de color.

¡Cuántas veces un pueril perfume barato se mezclaba al agrio olor de las axilas trabajadoras!

Santos, por ejemplo, se esmeró por enfrenar su potro moro buscando en el almanaque la luna propicia.  Ramón, el de la Rita, tejió las cintas del yugo con cuero de novillo y el Chompipe que todavía no encontraba  el tono de su voz de gallo tierno, le robó a su mama unas gallinas para comprar cigarrillos de patrones en el  pueblo …

La Elsita.  Ella podía cantar, ya transformadas en mestiza melancolía, esas tonadas d los cancioneros.  Su carne era trigueña, traslúcida y apretada con un fino hilo de venada virgen.

Ahora no estaba.  Por eso es que las mujeres se habían quedado silenciosas cuando una imprudente la mentó.  Por dicha que los hombres de la casa no oyeron, pero todos, de seguro, la tenían a flor de ojos cerrados, a superficie de voz temerosa y colérica.

Anselmito llamó aparte a sus amigos jóvenes; huyendo de los viejos, se fueron disimulando por detrás de la casa:

­Vení, no seas baboso … echate este trago.

Los muchachos fueron haciendo el glú­glú a boca de calabazo, mientras lo bofes ardían por dentro y la suave calidez inhibitoria se repartía en las venas …Para no llamar la atención, se volvían de nuevo al patio acercándose más a las muchachas …

­Estos carajos se están volviendo atrevidos!, dijo una de las suegras …

­Alguna guaca tienen …

El tío Eustaquio sospechó algo pero no dijo nada.  Lo que hizo fue levantarse pesadamente para ir a guardar las cutachas.  Todos se las iban dando con gusto.  Pero por cuentas, Santos, que estaba encandilado, quiso entrar en discusiones …

Los dos se quedaron silenciosos.  Cada uno, separados, estaban, en el mismo mundo.

El tío Eustaquio no le había creído a la Elsa y eso le pesaba.  Recuerda todavía, la tarde en que la muchacha se había llegado silenciosa a la casa con la ropa desgarrada por la violencia. Lloraba quedo con un vagido de recién nacido.  Él le preguntó sin alarmas y ella, con una voz chata y rala, le fue contando …

­¡A ver muchacho, dáme ese colins!

­No sea ridículo, tío Ustaquio …

­¿Que no ves que a todos se las he quitado?

Tío Eustaquio entonces entró en cólera ya mero y la golpeó después con el cabo de azote y los hermanos no dijeron nada. pateó punta madre,

­Pero es que le voy a decir una cosa … ¡véngase para acá ….

-Ajá,  …

‘ ­Sabe quién está en la comarca?  ¡Ese  hijoé … !

El tío Eustaquio anudó el asombro y bajó la cabeza.  Por dentro el corazón se rempujó de sangre.  Sabía que Santos tenía mal genio y por eso, mirando en la lejanía de los cerros, le dijo:

­Vos lo viste?

­No, pero me lo contaron.  El Coyote se vino de las minas ayer … y dicen que dijo anoche en el estanco de la Cástula … que iba a venir a aquí por güe …

El tío Eustaquio volvió a agachar la cabeza y se puso a dibujar un círculo con el dedo gordo del pie.

­Dame tu colins Santos.

­Mejor me voy tío Ustaquio.

Él le había advertido, porque sabía cómo eran los Ramírez.  Ellos y los Ramírez, ya se hablaban un poco, pero ¡cuántas carretadas de muertos los separaban!… Y ahora, el menor de ellos, el Coyote, que andaba detrás de las mejores hembras en los caminos, había deshonrado a la Elsita en contra de su voluntad.

Aquella noche la Elsita se fue de la casa.  Algunos decían que vivía en los ingenios de azúcar trabajando; otros, que servía de criada …

El tío Eustaquio comprendía la intención de Santos.  Todo hubiera quedado apelmazado si los tragos no hubieran revuelto, piel adentro, lo que por largo, el tiempo amortiguaba.

Los muchachos, en la fiesta, ya sacaban a bailar a las muchachas.  Las guitarras y el acordeón sonaban su estridencia monótona; jadeando, con voz de limadas palabras uno de los músicos fue arrastrando una canción de arada.

Santos tenía una mirada de humo.

­Bueno pues, tío Ustaquio.

-Dejame esas cosas a mí ..

Y se metió al rancho.  Santos lo siguió.

­Vos estás muchacho todavía, Santos; yo sé que vos querías a la Elsita, pero dejame a mí yo soy el que se lo va a volar.

Cuando entraron, se oyó un sordo rum­rum metiéndose en la música.  El viejo se subió al tapesco para descolgar la escopeta.  Anselmito entró asustado …

­Tata…tata … ahí está el Coyote … en la puerta … viene bolo …  Tata …

Santos se salió a la luna y detrás de él, el tío Eustaquio, con la escopeta lista.  El Coyote, en la tranquera, aventó el caballo y lanzó un largo grito:

­Iépiee pia … ¡jodido!

Los muchachos se arremolinaron y los músicos detuvieron la música.

Se oyó la voz de Santos que gritaba, cargado de cólera:

­Apiate … ijuéputa ..

Pero su imprecación se rompió como una calabaza, y la denotación sorda, apretada, rabiosa, se fue rodando por las huertas.

El Coyote entonces se detuvo en seco, los ojos abiertos, mientras se iba chorreando por la albarda.  Contra la luna, su cara pálida, hacía las muecas estúpidas de los agonizantes.