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El Dominio Científico como Garantía del Dominio del Espíritu

(III Respuesta a Pablo Antonio Cuadra)

Por Mariano Fiallos Gil

20 de octubre de 1960

Querido Pablo Antonio:

Con mucho gusto acepto la invitación que me haces para reanudar el diálogo sobre enseñanza universitaria y cientifismo, pero te suplico sí, que hagas colocar un rótulo en alguna sección de tu casa patricia que diga “Cave Canem”, a la antigua usanza romana, para tranquilidad de los huéspedes que honras, pues resulta que el otro día, precisamente el mismo de la edición en que me invitas, salió ladrando, desde el fondo de Chinandega, un ejemplar digno del pretor de enfrente cuya jauría se escucha toda la noche.

Ya confiado en tu hospitalidad y en tu buen vino, podemos hablar empiezo por pedirte excusas de no discutir ni el misterio de la Encarnación ni el misterio de la Resurrección de la Carne, porque son materias de fe ajenas a nuestro asunto.  Sin embargo, estas materias de fe han influido en las materias de la razón, como es el desarrollo de la ciencia, por lo que tendremos que reflexionar un poco acerca de ello, antes de contestar tu interrogatorio.

El filósofo cristiano –valga decir católico—ha sido reacio a la ciencia experimental y a observar los fenómenos de la naturaleza libre de prejuicios teológicos, por tanto, ha desechado el método inductivo, frente a la ciencia moderna.  En cambio ha exaltado hasta la exageración el método deductivo, basándolo en principios derivados de la revelación, revolviendo así el juicio de razón con el juicio de la fe.

Esta posición trajo como consecuencia, hace unos quinientos años, escrúpulos dogmáticos que estorbaron el desarrollo del espíritu científico, pues los hombres de pensamiento tenían miedo de caer en la herejía.

Los filósofos católicos se enamoraron de la ciencia de Aristóteles que había vivido dos mil años atrás, y la incorporaron como materia de fe, incontrovertible.  Bien caro pagó el mundo ese error, particularmente nuestros pueblos hispanos.

Los fundadores de las universidades en estas tierras, jesuitas, dominicos, franciscanos, enseñaban latín, sagrados cánones, retórica, medicina, astronomía, filosofía aristotélica, ya depurada por Santo Tomás, con escrúpulos aún mayores que los de la Europa de los Papas.  El Concilio de Trento había dado normas precisas para seminarios tridentinos.

El desprecio por la experimentación y la observación de lo real, causó y sigue causando un daño enorme.  Aunque la realidad del mundo fuera otra, nada podía contradecirse.  Lo principal era la doctrina cristiana (a Dios rogando) sin enseñar la ciencia (con el mazo dando), sumiéndose así, con la mejor buena fe del mundo, en la ignorancia más profunda.  En el ámbito de occidente este grupo de pueblos, junto con España, somos de los más atrasados.

Mientras nosotros solamente rogábamos a Dios, la Europa no hispánica, católica o protestante, avanzaba y se utilizaba de sus nuevos descubrimientos.  Aquí el catecismo sustituía al “principia” de Newton, en pleno pórtico del siglo XVIII, acostumbrándonos a pensar como escolásticos y a recibir, sin examen de hechos ni adaptación, el liberalismo crudo de la revolución, como ahora el materialismo dialéctico o la democracia cristiana, o la democracia yanki, en bloque.

Entonces, pues, para realizar el primer paso de afirmación Iberoamérica, conviene desterrar del aprendizaje, desde primaria a universidad, todo vestigio de escolasticismo científico, enseñando la ciencia teórico-práctica demostrada con hechos de laboratorios, en todas las escuelas, sentándolas sobre cuatro básicas que son: biología, química, física y matemáticas, sin perjuicios teológicos de ninguna clase, porque se trata de las cosas del Cesar y para defender mejor las cosas de Dios.

El segundo paso sería poner este aprendizaje al servicio del pueblo (parte de una política de democratización), esto es, con miras a un humanismo de carne y hueso, para sacar al pueblo de la miseria, la ignorancia, las enfermedades, y hacerlo producir bienes materiales y espirituales para su propio uso, liberándolo así –hasta donde es posible la libertad en este mundo—de la esclavitud secular de su inferioridad.

Entonces afirmaríamos lo que somos con toda plenitud, ejercitando nuestra voluntad de ser, frente a la voluntad de poder de los rusos, de los norteamericanos, de los judíos o de cualquier otro grupo en acecho que pretenda conquistarnos.

Espero, querido amigo, haber respondido, aunque no a satisfacción tuya, la primera pregunta que dice:

¿Cuál es entonces la formación que debemos dar, desde nuestras universidades para impedir esa conquista? (por el comunismo).

En otra, si me lo permites, te contaré lo que al respecto están haciendo nuestras universidades centroamericanas y la doctrina general de la Universidad a base de la libertad de pensar.

Tu amigo

M.F.G.