COMENTANDO LA CARTA DEL DR. MARIANO FIALLOS GIL (III)
Por: Pablo Antonio Cuadra
22 de octubre de 1960
Querido Mariano:
Tu carta tiene el arte de hilvanar prejuicios –prejuicios tuyos—haciéndolos aparecer como prejuicios míos o, mejor dicho, de los que confesamos ser cristianos. Son muchas las cosas que “supones” y más todavía las que generalizas, simplificando de una manera tan elemental y tremenda la historia, que me pones en un aprieto, porque tú asumes la parte fácil de asegurar ex cátedra y sin pruebas un error, mientras que yo quedo con el cargo y la carga de refutarlo con pruebas, lo que significa más trabajo y más espacio, lujo que no puedo darme en un periódico.
Para ser breve sólo refutaré los dos argumentos principales en que descansa tu vasto prejuicio sobre el pensamiento cristiano, prejuicio que te hace huir de una fe llena de potencia creadora, pero que tu caricaturizas, para ir a caer, en otra fe, con muchos más escrúpulos que la vuestra, con muchas más voluntarias ignorancias y angustiosamente primitiva por cuanto sólo aceptas aquello que puede ser “demostrado con hechos de laboratorio”.
Fíjate, querido Mariano, que yo cristiano, no soy reacio a la ciencia experimental. Que acepto con igual facilidad que tú todo lo que la ciencia me prueba. Acepto a Einstein como tú. Puedo aceptar toda la biología, química, física y matemática como tú. Pero, sobre ese campo que tú cercas con alambres de púas para poder saltar sus estrechos límites, que saltarlos, según tú, es tener prejuicios teológicos, yo salto y no le pongo puertas al espíritu llamándolas prejuicios, y si creo en lo que tú crees (en lo que se prueba) y exploro y creo en algo más allá, y si creo en Cristo y creo en las cosas que El me dice y me revela en el evangelio—porque creo en Su autoridad y veracidad– ¿quién de los dos es el que suma en ignorancia mayor, quién el que resta conocimientos y experiencias humanas, el que aceptando la teología acepta también el laboratorio, o el que teniendo el laboratorio rechaza todo lo demás?
Pero hasta aquí sólo he querido hacerte una reflexión personal como cristiano para localizarte mi posición frente a tu pensamiento. Yo no estoy en contra del estudio de la Ciencia. Eres tú el que, en nombre del estudio de la Ciencia, te lanzas contra la filosofía cristiana, y es a esa religión de la ciencia que excluye la religión de la religión a la que yo he llamado “superstición cientifista”.
Paso ahora a refutar tu primer argumento básico. “el filósofo cristiano dices ha sido reacio a la ciencia experimental”. “Ha desechado el método inductivo, fuente de la ciencia moderna”. Estas dos frases que te sirven de pivotes era gran parte de la reflexiones de tu carta, tienen un pequeño defecto: no son ciertas. Bastaría con que te citara una larga lista de científicos experimentales católicos—incluyendo al mismo Galileo—para probarte lo contrario.
Pero no es con un plebiscito que quiero contradecirte sino con una reflexión que nos permita ahondar filosóficamente en el tema.
A ella podemos llegar si me contestas a esta pregunta: ¿Existen hoy científicos cristianos? ¿Se enseña ciencia, pura ciencia, usando “el método inductivo” en las Universidades católicas del mundo actual? Supongo que tendrás que decir que sí para evitarme largas listas de nombres y datos.
Pues bien, si existen católicos y se enseña ciencia pura ¿Qué ha pasado con tu totalitaria afirmación? ¿Es que ya dejamos de ser católicos o es que tú estás confundido y generalizas y aplicas a todos los siglos y a todos los cristianos un hecho que sucedió al final de la Edad Media, en cierto sector católico cuando un católico llamado Galileo iniciador de la ciencia moderna—fue perseguido por la inquisición por sostener una tesis científica que creyeron, erróneamente herética?
En la historia de todas las culturas se produce ese fenómeno en los momentos en que concepciones nuevas, fuerzan a las viejas a cerradas concepciones a imágenes del mundo a abrirse y transformarse. En caso de Galileo es tonto al lado de Sócrates y son muchas veces los científicos los que conmueven o transforman lo que se ha tenido por axiomático y comprobado. La biografía de casi todos los inventores y científicos innovadores está llena de estos dramas. Y esto sucede no porque la Religión Cristiana inevitablemente lo produzca, sino, a pesar de ella, porque lo produce una tendencia innata en los hombre a temer lo que contradice sus concepciones e ideas rutinarias.
Lo que te faltó –querido Mariano—fue poner la otra parte de la historia del cristianismo, la parte que sirvió para vencer la tendencia humana innata y lograr el equilibrio. Lo grave no es que unos clérigos se equivoquen con Galileo. Lo grave es tú te equivoques con Galileo en la Edad Moderna. La Iglesia, unos pocos años después, comprendió que la fe no tenía por qué rozar con la Ciencia. En cambio tú, tantos años pasados, y sigues creyendo que la Fe “sigue causando un daño enorme” a la Ciencia.
Ampliando tu descomunal generalización de que el cristianismo es reacio a la ciencia experimental construyes tu segunda argumentación, sobre la misma base, y elaboras una breve historia de la Universidad Hispanoamericana, tan alejada de la realidad como tus anteriores afirmaciones.
Voy a ser breve. La enseñanza universitaria Hispanoamérica fue católica. Es cierto. Pero también científica. En la exposición parcialísima de tu carta ignoras todo desarrollo. La calidad de su enseñanza era superior a la de las Universidades norteamericanas. No es verdad que en pleno pórtico del siglo XVIII se sustituyera a Newton por el catecismo. El movimiento científico que se desarrollo en nuestra América en el Siglo XVIII fue tan intenso como el de Europa. Voy a citarte, al vuelo, estos datos: la Escuela de Minería de México (1792) con catedráticos como Elhúyar, descubridor del tungsteno y Andrés del Río, descubridor del vanadio. La Escuela de Arquitectos de San Andrés de Quito. Las primeras bibliotecas públicas en todas las capitales. El Jardín Botánico de México (1788). El Museo de Historia Natural y Jardín Botánico de Guatemala (1796), el Observatorio Astronómico de Bogotá y la Escuela Náutica de Buenos Aires (1799).
Pero si quieres el mejor testimonio, te doy el de uno de las más grandes científicos de fines de ese siglo y principios del XIX, Humboldt, quien dice: “ninguna ciudad del Nuevo Mundo, SIN EXCEPTUAR LAS DE LOS EE. UU. posee establecimientos científicos tan buenos y sólidos como los de la capital mexicana”. Y en otra parte dice: “no hay en Europa biblioteca especializada de botánica comparable a la de los investigadores que dirigen Mutis y Caldas en Bogotá. Y para terminar cito a Pedro Henríquez Ureña, bien conocido tuyo: “En el siglo XVIII hay extraordinario interés en la ciencia y en todos los países de América aparecen hombres dedicados a su estudio, que leen cuanto se produce en Europa y hacen trabajos que fueron contribuciones útiles para la constitución de la ciencia moderna”.
Sólo quise agregarle esta idea. En una cosa es verdad que el escrúpulo católico nos dejó “atrasados” respecto a los Estados Unidos. En la total y voraz adaptación de las doctrinas liberales económicas que dieron pie al imperialismo. Nosotros tuvimos escrúpulos. ¡todavía los tenemos! Pero gracias a esos escrúpulos tú y yo debemos sentirnos felices de no ser imperialistas. Esperamos otro destino y lo esperamos distinto y grande, tú y yo, gracias a tus antepasados y los míos NO “desterraron del aprendizaje, desde primaria a universidad” “esas materias de fe que influían en las materias de razón” según tus palabras.
Hasta luego,
P.A.C.