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CLAUSURA DEL SÉPTIMO CONGRESO MÉDICO CENTROAMERICANO

SALUDO DEL RECTOR A LOS CONGRESISTAS

 

La celebración del Séptimo Congreso de Medicina Centroamericano coincide con la proximidad de un acontecimiento de extraordinaria importancia, de un sueño largamente acariciado, cual es el de la declaración de la autonomía universitaria que comenzará a surtir efectos muy pronto, y, también con el posible aumento de nuestros presupuestos de gastos; ambas cosas ya están en camino y constituyen la manifestación de un claro concepto de lo que debe ser una Universidad, de su significado como centro de enseñanza superior directamente vinculado con el bienestar y prestigio del país, y de la necesidad de satisfacer la creciente demanda de la juventud por obtener grados de profesiones universitarias, y desenvolverse en un mundo cada vez más urgido de habilidades técnicas y servicios sociales.

Hasta este momento, a casi siglo y medio de su fundación, nuestra Universidad se ha venido desenvolviendo muy lentamente, ya que las vicisitudes de la vida política no han dado tiempo para atenderla dándole la importancia que le corresponde como rectora de la vida nacional.

Esta preterición no es, por supuesto, un fenómeno exclusivo de la vida nicaragüense, pues alcanza también a casi todos los países de Iberoamérica y comprende a todos los tipos de enseñanza.

Ello puede achacarse, tal vez, a las contingencias dentro de las cuales tuvo que desenvolverse la vida colonial y a las angustias de la posindependencia, siempre en tensión, en permanente estado de emergencia histórica.

Pero el hecho es determinante y de arraigada tradición.  Se puede ver, por ejemplo, en la distribución de los edificios de las primitivas plazas públicas en donde cada institución se colocaba en el sitio que su importancia política le enseñaba.  Así: en el medio, la Iglesia, y a cada uno de sus lados, el Cabildo, que representaba las leyes, y el Cuartel, que representaba las armas. La Universidad debió haber ocupado el cuarto lado de la plaza; pero la Universidad, o los colegios que se hacían pasar como tales se quedaban a la vera de la Iglesia y a su servicio, como ancla del Cabildo y, muy frecuentemente, como enemiga de los cuarteles.

Estas instituciones, por necesidades de la época, se hallaban sustentadas por principios de rigidez definitiva que se estratificaron con el tiempo.  Nunca pudieron armonizar bien, ni desarraigarse de sus primitivos enclaves.  Los principios son los principios.

Y de este apegamiento a principios rígidos, típicamente aquinianos, se derivó el obstáculo que ha impedido el desarrollo de las ciencias naturales, entre las cuales se hallan la medicina y las otras que le prestan auxilio como la química, la física, la biología, etcétera.

El abuso del método deductivo, esto es, el de dar por sentada una verdad y deducir de ella toda una serie de consecuencias, la mayor parte de las cuales resultan falsas, ha venido en detrimento de nuestra cultura Iberoamericana, incluyendo a la Madre Patria.

Ni el Derecho mismo, que tiene una tradición típicamente deductiva, ha podido librarse de semejante influencia, porque es bien sabido que la Cultura total, y las ciencias entre sí, y las letras y las artes, forman una unidad indestructible que le da fisonomía a una Civilización.

Nuestra medicina, que duró tanto tiempo en la era precientífica, entre la magia, la brujería y la superstición, es una de las ciencias más afectadas por el escolasticismo científico con pretensiones de método de investigación; lo mismo ocurre con otras disciplinas que tratan de dar una respuesta real cuando preguntamos por las cosas que nos rodean, como la física, la astronomía o la bacteriología, que requieren la comprobación experimental o la observación, la cautela de la hipótesis, y la inducción derivada de algunos datos estadísticos pacientemente acumulados, y a los cuales tampoco hay que darles excesiva credulidad…  No digamos de la antropología o la psicología… In medio Virtus  …

La historia de nuestra medicina nicaragüense ha tenido momentos brillantes; como, por ejemplo, cuando hace un poco más de medio siglo el doctor Luis H. Debayle, nos trajo información de primera mano sobre los descubrimientos de Pasteur, que causó estupor y cambió totalmente el concepto de la ciencia médica y creó nuevos métodos quirúrgicos.

Pero de entonces a nuestro tiempo, se ha avanzado relativamente muy poco, en cuanto a nuestra imposibilidad de hacer ciertas comprobaciones.  Probablemente le hemos dado demasiada importancia a principios a priori y hemos considerado como verdades inconmovibles a simples hipótesis.

Sin embargo, y todo tiene su otra cara, esta misma forma de enseñar y entender el mundo, fundamentada muchas veces en una teología que ha querido vanagloriarse de filosofía, ha contribuido a formar una calidad moral bellamente humana, entre las personas de nuestros pueblos Iberoamericanos, que no están viciadas con creencias tales como la de la diferenciación racial o la intolerancia religiosa.

Este sentido humano, cristianamente lleno de amor y cordialidad, a pesar, y tal vez por ello mismo, de los ríos de sangre derramados en revoluciones, es un inmenso tesoro del cual debemos sentirnos orgullosos, porque si bien es cierto que nuestras deficiencias técnicas pueden ser satisfechas en cualquier momento con instalaciones adecuadas, no se puede, en cambio, improvisar el alto espíritu  de  nuestros  médicos,  su valor humano, su sentido del deber moral profesional, su deseo de servir, su vocación y sacrificio…

El problema, visto de revés, sería desastroso, como parece ocurrir en otros países, en donde, mientras las instalaciones y experimentaciones se hallan a la altura del momento científico, la calidad moral de sus servidores está muy rebajada.

Nuestra Universidad, pues, entrará muy pronto en una etapa nueva; a un desenvolvimiento en todos sus órdenes.  Nuestra Universidad, alimentada con el espíritu de quienes la forman y con su entusiasmo, que se ha sustentado casi por medios gratuitos, tratará de resolver sus problemas docentes hacia una integración de todas las profesiones, y bajo un mismo signo humanístico.

Señores congresistas:

Quiero expresar la gratitud de la Universidad Nacional, de sus autoridades, catedráticos y estudiantes, por vuestra visita, y a la Asociación Médica Nicaragüense por su plausible entusiasmo que hizo posible realizarla, así como al Gobierno de la República que prestó su ayuda.  Y al manifestarla, quiero que os llevéis nuestro más vivo interés por estrechar nuestras relaciones docentes en todos los ramos de las profesiones liberales y a su dignificación; que nuestro empeño, al abrirse esta nueva era universitaria, sea el de poner todo lo que tenemos al servicio de la Universidad, porque es nuestro modo de servir a la Patria y a nuestros semejantes, y porque es el único sitio posible, y de esperanza, para resolver los problemas humanos que padecemos:

En el campo del Derecho para regular las relaciones de unos con otros, en el de la Medicina para prevenir y curar enfermedades, en el de la Ingeniería, para realizar la vida confortable, y, en fin, en el de la Pedagogía y todas las disciplinas, para formar generaciones redimidas en las ciencias, las letras y las artes, bajo este signo común:

El hombre es un ser racional y sagrado.

 

15 de diciembre de 1957.