Seleccionar página

DISCURSO DEL RECTOR EN LA CEREMONIA DE INVESTIDURA DE DOCTOR HONORIS CAUSA A DOÑA JOSEFA TOLEDO DE AGUERRI

 

El primer diploma de Doctor Honoris Causa que la Universidad de Nicaragua entrega, desde que goza y padece de autonomía, es éste, del que se hace hoy en ceremonia de investidura.

Ya sabemos que para que un título de esta clase — que es el más insigne de la Universidad se conceda—, se requiere unanimidad de votos de todas las representaciones universitarias que componen la máxima autoridad de nuestra Casa de Estudios.  Se requiere el voto activo del Rector que ahora hace veces de cancelario, y el del Vicerrector; el voto de todos y de cada uno de los decanos de las facultades de derecho, de medicina, de farmacia, de ingeniería y de odontología que representan a sus juntas directivas, que a su vez representan a sus asambleas de catedráticos, estudiantes y graduados.  Se precisa el voto del funcionario que concurre en nombre del Ministerio de Educación Pública, el del personero de los estudiantes, que es nombrado por el Centro Universitario de todos ellos, y el del Secretario General.

Esta tiene que ser, pues, la expresión unánime del Rector, los catedráticos, estudiantes, los administradores y los graduados.  No tan sólo por consentimiento, porque tal parecería ser una forma de voluntad pasiva, sino que es precisamente activa de reconocimiento, de justicia que debe hacerse a quien, como en este caso, tiene más que méritos suficientes para formar parte del mundo universitario, al cual pertenecemos, en su múltiple función de «conservar y crear, defender, enseñar y difundir la cultura».  Pero no solamente es la expresión unánime del reconocimiento de un mérito, de aplicar fríamente la condición académica citando tal artículo de la Ley Orgánica, sino que este título, que ahora se otorga, es nada menos que en honor de doña Josefa Toledo de Aguerrí, cientos de veces honrada ya por la vida misma, por su propia obra y por sus numerosísimos hijos espirituales que forman una dilatada familia, más los hijos y los nietos de estos discípulos.

Por eso, es un título que por añadidura se otorga con júbilo de todos los universitarios y  debo agregar, de todos los nicaragüenses, y más allá de Nicaragua; y por los que comienzan a enterarse de que la Universidad en su verdadero valor, es la encargada de libertar a los nicaragüenses crónicamente esclavizados por la ignorancia y subyugados por tantas y cuantas dificultades del vivir cotidiano… de un vivir en infinitivo que viene así desde la colonización, pese a todos los admirables frailes y monjas que hicieron de maestros para recoger a todos los criollos que «ya son grandes y están sin doctrina», como decía el bueno de don Francisco Marroquín, primer obispo de Guatemala, en sus  reiteradas peticiones al Emperador para fundar universidades en este reino.

Y de muchos otros maestros del siglo —seculares— que posteriormente, entre tronar de intrigas y revoluciones, silenciosamente, se ocupan de este dulce oficio de abrir ojos y oídos de párvulos.

Nadie, creo yo, entre ellos, con afán tan humano y tan divino, como esta gran señora doña Josefa Toledo de Aguerrí, muy por encima de muchos, por largos, larguísimos años  pacientes con tanta nobleza ahora, recibiendo este título de Doctor Honoris Causa del Alma Mater, ella misma, doña Josefa, Alma Mater prodigada por toda Nicaragua, y más allá, en trato directo con las niñas, desde sus principios balbucientes, hasta que ya son grandes y se casan y tienen hijos y nietos, que luego son estudiantes y profesionales y señores… madre y abuela, Alma Mater de tantos, por derecho propio, nicaragüense de aquí y del ancho mundo.  Esta es doña Josefa Toledo de Aguerrí.

Para conceder un título de esta naturaleza —y estoy hablando de naturaleza como cosa natural, que se deriva por necesidad y no por artificio — se requiere ser así, precisamente como doña Josefa Toledo de Aguerrí, examinada por todos sus contornos, sin intersticio alguno por donde pueda entrar sospecha de merecerlo y ser afortunadamente, el primero que se otorga desde que tenemos vida de autonomía, a una que es como universitaria, en oficio de universitario, que quiere decir, no el de hacer profesionales o técnicos frígidos, sino seres humanos por entero, para entregarse y trasegarse, con amor humano, para que el hombre sea lo que debe ser, cosa sagrada, respetado, dignificado en su unidad; no diluido ni quebrantado por las exigencias de la comunidad económica, social o política, que eso conduce al despotismo y a la antihumanidad.

La Universidad, pues, otorga hoy este título por unanimidad de los universitarios todos, que es como decir, por unanimidad de los nicaragüenses todos, a quien lo merece por todas las circunstancias.

Reciba, pues, señora, este homenaje que no lleva ninguna condición futura.  La condición ya la ha puesto usted con su vida, su obra y su amor; el resto ha de ponerlo la juventud viendo en usted un ejemplo sin condiciones.

 

4 de noviembre de 1958.