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DISCURSO DEL RECTOR

«Compañeros universitarios, Hermanos centroamericanos:

En nombre de la Universidad de Nicaragua, de su claustro, de sus estudiantes y graduados, me complace manifestaros el regocijo que promueve vuestra presencia.

Me parece que, por primera vez, después de siglo y medio de fundada, nos reunimos aquí, en esta Casa, en un sólo haz de propósitos.  Nos reunimos después de muchas aventuras. Algunas dignas de contarse.  Otras, de olvidarse. Esta cabalgata del Espíritu ha sido muy dura para los centroamericanos.  Ha sido acosada en todos los caminos por todos los venteros. Bien lo sabemos en tan largos años de tribulaciones: colonia, república, capitanes, caudillos… La vida de la postín dependencia nos trajo graves quebrantos.  Los peores, cuando las montoneras y los señores juntaban sus gritos de: Muera la inteligencia.

Pero hay —hoy— al parecer, un renacimiento incontenible.  Los enemigos de la Cultura, que han sido enemigos más por ignorancia que por cálculo, parecen ya batirse en retirada.  Por ello —y pese a los crecientes peligros que nos acechan— los universitarios nicaragüenses hallamos orgullo, complacencia y esperanza con la buena fortuna de vuestra llegada.  Sea vuestra permanencia grata.  Sea fructífera.  Sea comprensiva y tolerante y que los buenos dioses nos sean propicios.

Nos encontráis estrenando autonomía.  Si bien ésta no tiene los ropajes de la Constitución Política, no por ello es menos cierto que trata de funcionar a velas desplegadas.  Lucharemos para que alcance, alguna vez, jerarquía constitucional.  Pero más que todo, lo que nos interesa es saber que estamos creando conciencia del ser autónomo que es conciencia del ser universitario.  Sin una incorporación a nuestro espíritu cualquier estipulación legal carece de arraigo.  Sabemos que las leyes: desde la Constitución hasta las disposiciones del tránsito, son derogadas a cada paso.  Lo que no se puede derogar es lo que forma parte de nosotros mismos, de nuestra honradez, de nuestras convicciones.  Esto conviene a la cultura, conviene a la juventud, conviene al gobierno…

Ahora tenemos que pensar en el papel que la Universidad juega en la vida centroamericana. En la integración total de nuestros países.  Ya los economistas en acción nos van tomando la delantera.  Nos toca a nosotros, pues, ejercitar nuestro oficio.  Si ya la integración es cosa de urgencia para muchas zonas del mundo, y aun para el mundo mismo, lo nuestro es aún más perentorio.  No podemos seguirnos debatiendo en conflictos parroquiales en donde el factor común es la debilidad, la miseria y la ignorancia.  Hay que agregar su inmediata consecuencia de inestabilidad política y social.  Y el fantasma de los despotismos que se empeña en recuperar sus viejos fueros…

Si el oficio de la Universidad es lograr la integración del género humano por el saber y la cultura, debemos comenzar a ejercerlo aquí mismo sacándolo del papel, a la calle.  La caridad entra por casa.  Ya Centroamérica ha dado el ejemplo de magníficas instituciones.  La Corte de Justicia en tan mala hora disuelta, fue uno de los mejores.

Tenemos que interpretar, además, el vago anhelo de nuestros pueblos y cristalizarlo.  Ya no es posible quedarse, como antes, entre los infolios. Ahora la historia pasa por debajo de nuestros balcones y reclama nuestra presencia.  La Universidad no puede ser tan sólo una «corporación» de estudiantes y profesores, sino que ha de estar yendo y viniendo del pueblo.  Evidentemente algunos no podemos acostumbrarnos todavía a esta mentalidad.

Ahora tenemos que salir al encuentro de los sucesos.

Los universitarios —es cierto— somos depositarios del saber, pero un saber sin libertad —aquí y afuera— es inconcebible.  Tampoco puede garantizarse la libertad sin el saber.  Esta sería una consigna para la verdadera integración,

La Universidad es, por tanto, defensora natural del derecho y de la libertad.  Lo es por definición.  Porque no se puede enseñar ni cultivar las ciencias, las letras y las artes sin libertad fundamental en todos sus órdenes.  Y este es el principal cultivo que debe hacerse en las juventudes para que aviente su semilla fuera de sus muros.  De esta suerte el Alma Mater habrá creado, además, una conciencia ciudadana.

Los innumerables problemas universitarios —siempre crecientes y cambiantes— no pueden resolverse aisladamente.  A los centroamericanos nos corresponde asumir, también, papel continental.  Desbordarnos y salir de nuestras fronteras materiales y espirituales.  Ya lo estamos haciendo, parcialmente, con las universidades latinoamericanas.  Tenemos que entendernos más todavía.

Pero el mero hecho de estar reunidos aquí o en cualquier otro sitio no resuelve los problemas. Generalmente, después de una reunión, nos separamos y desentendemos los uno de los otros. Es en ese momento, precisamente, donde comienza nuestro trabajo: cuando ya nos encontramos en nuestras casas y ejercemos la vida cotidiana.  Es cuando debemos pensar solidariamente y tener conciencia de nuestra Universidad.

De los problemas más graves que afrontamos ahora es el de que ya comienza a perfilarse entre nosotros el profesional «robot», esto es, el técnico que asume su papel de Robinson sin percatarse de lo que está sucediendo fuera y que lo puede envolver y destruir en el momento menos pensado.  Y hay jóvenes profesionales deshumanizados.  Ellos pueden parodiar —al revés — el grito de Terencio: «Técnico soy y, por lo tanto, todo lo que no sea técnica, aunque fuere humano, me es indiferente».

Esa indiferencia sería lo peor que pudiera ocurrimos… La vieja Universidad colonial nuestra, la que viene de la España salmantina, se fundaba en una sola tradición: la de formar al hombre mismo para los afanes de este mundo y para su instalación definitiva en el otro.  Pese a todos sus defectos, nos dio un valor inapreciable: el de pensar y sentir como seres humanos.

¡Qué siglos hace que resolvimos el problema de la esclavitud, de la diferenciación racial y de casta!… ¡Qué admirable fundamento democrático!… No sólo los indios, sino los negros y los demás, como dijo de aquéllos Pablo III, «hombres verdaderos»…

No importa que los despotismos, los cuartelazos o las revoluciones nos hayan atormentado. Ello es signo de vida y de nobleza.  El porvenir es nuestro. El aprendizaje ha sido mucho más fundamental. Y estamos listos ya a recibir los beneficios de la ciencia y la técnica. Me parece que la historia nos ha enseñado humanidades…

Ahora os saludo, compañeros, en nombre de la Universidad nicaragüense.  En nombre de un nuevo estilo que comienza, apenas, a esbozarse aquí.  Que ya comienza a moverse con soltura y a saber lo que quiere: y es que debe incorporarse a la corriente de renovación universitaria latinoamericana.  Que tiene conciencia de luchar por ese objetivo.  Que quiere asumir su oficio de rectora de la vida nacional y de colaboradora con sus hermanas del Istmo, con sus compañeras latinoamericanas, bajo la misma consigna de libertad y cultura…

Compañeros, tenemos muchas cosas en común.  Una de ellas es la benevolencia.  Os pido que la pongáis ahora a nuestro servicio.  Que comprendáis que la historia de este viejo pueblo de León, le estorba a veces y le impide ofreceros comodidades y cosas confortables.  Pero valgan nuestros deseos para sustituirlas. Valgan nuestros héroes, poetas, artistas, santos y señores de antaño para rogaros que disimuléis nuestra impericia de hoy.

Os queremos dar todo lo mejor que tenemos en nuestra mesa.  Nuestro pan y nuestra sal del Espíritu.

Y sea nuestro corazón, testigo de sí mismo.

(Sesión inaugural del Consejo Superior Universitario Centroamericano IV Reunión, 15 de mayo de 1959).