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MÚSICA Y PINTURA DEL VERBO

Todavía se sigue oyendo a compás de griego antiguo la voz pictórica y musical del Padre Pallais, hombre europeo.  Palabra de Renacimiento Florentino para ser escuchada por Lorenzo el Magnifico en la Plaza de la Santa Croce.  Nada más que aquí no suene la hermosa lengua toscana en soledad con la palabra aduladora de Marsilio Ficino. Que aquí es plena y ancha lengua castellana con auténtico fundamento de compás griego en la Plaza de la Catedral de León y desde los balcones del Seminario.

Aquí se sigue oyendo en pleno gerundio.  Así, oyendo, escuchando en resonancia que se queda en la bóveda del la boca y se reparte por todos los golfos y hace vibrar todas las islas. La palabra y el gesto y el estilo que uno quiere seguir oyendo y mirando y bebiendo.  Una palabra europea desde el ágora de Atenas, la Plaza de San Marcos y los canales por donde Flandes teje el tiempo en el quieto desgano de sus monjas.

Esta palabra de Pallais es palabra ancha y blanca como las mujeres de Pedro Pablo Rubens, bien alimentadas y bien hechas.  Mujeres y palabras para hombres en pleno vigor.  Mujeres y palabras para hacer hijos y criar hijos.  Una palabra de claro oscuro también para verse de lejos en contradicción, como los cuadros y aguafuertes de Rembrandt.  Una palabra en contraste, que se toma con las manos, se lanza con los finos dedos ducales para irse enrollando en el caracol de la oreja e irle dando vueltas al ojo.  Que se va adentrando y se queda en resonancia de gerundio.

A veces palabra que se hace grito, para que se oiga al otro extremo de la llanura de Castilla por donde los caballeros han caminado siempre.  Heroica, austera y clara.  Para que la mire todo el mundo.  Para que se tire a pecho abierto, a pecho descubierto y sea apercibida colocada por cualquiera de esos enormes Migueles que tiene España.

Palabra de canto llano en donde la voz se estira por las tres dimensiones, por las cuatro dimensiones, hasta donde el pulmón aguante.  Hasta donde el organista deje de soplar.

Es una palabra que siempre va de frente.  Porque hay otras que se arrastran y lo cogen a uno por los pies y lo derriban a uno en el charco.  Hay otras llenas de colores agrios, no como los nobles colores del verbo palesiano.  Hay otras que van trepando por las piedras de la ciudad y son como carretones de llantas de acero llevando latas vacías en vertical calor insoportable. Hay otras que silban, que lo enredan a uno, como la palabra de la serpiente.  Otras que son como un chirrido, como la del muchacho que frota la tapa de latón por el lado del filo sobre los ladrillos.

Yo he visto a los sustantivos brazos de los mismos adjetivos por las calles municipales. Loos veo en todas partes.  Esa inseparable sociedad de los lugares comunes que se van de paseo vestidos de impudicia como lo de “probo ciudadano”, “pundonoroso militar”, “ilustre hombre público”. Pero he aquí que está el Padre Pallais con el azote en la mano separando los pecaminosos maridajes. Separando a los ayuntados.  Soltándolos, libertándolos…como a esos pobres bergantes que soltó Don Quijote en las llanuras de la Mancha.

Porque es preferible que se hagan un revoltijo, que se hagan incoherentes, que las rimas viejas y los típicos viejos a fuerza de tenerlos presos huyan con locura de gentes perseguidas, y no permanezcan soldados para toda la vida, tal como los tienen los discurseros, habladores y versificadores.

Pero aquí está este hombre que les ha dado de viaje.  Que, con una sola mirada, los separa a fuerza de infundirles miedo.  Aunque le digan los tontos que nada tiene que andar haciendo por esos caminos es una palabra difícil de pronunciar.  Y una obra benemérita que ejecuta un fraile del Renacimiento europeo en estas islas rodeadas de cursilería, por todas partes.  Con música del Renacimiento y pintura del Renacimiento.

A mí me agrada oír y ver y sentir el verbo del Padre Pallais.  Por cierto, con su manera de decir que lleva la muerte por dentro, porque su estilo es un estilo que nadie puede imitar, un modo de ver que morir con él.

Pero, por lo menos, ha soltado el mensaje y deja una resonancia de gerundio.  Musical, original y pictórico.

Una palabra para ser escuchada por Lorenzo de Médicis en una plaza de Florencia, en compas griego, anchura castellana y gracia francesa.  Con cuadros de Rembrandt y Pedro Pablo Rubens.  Y un orfeón de Cataluña en un canto hecho a escuadra por Píndaro de Tebas.