LA VERDAD CIENTÍFICA Y LA CASA DEL HOMBRE
Me parece muy peligroso afirmar, como lo hacen algunos profesores, que en la ciencia existen ciertas «verdades» definitivas y que, en consecuencia, algunos problemas de la Naturaleza se hallan completamente resueltos.
Y, sin embargo, no es así. Ningún problema científico fundamental puede considerarse resuelto. Todo lo contrario, la ciencia, incluyendo a la matemática que es ciencia convencional y abstracta, por tanto, supuestamente más cierta que las concretas, contienen solamente soluciones de «por ahora». Ni la astronomía, ni la biología, ni las ciencias sociales en general disponen de principios fundamentales definitivos. La ciencia se halla constantemente ante nuevos enigmas. Y si algo es permanente es aquella afirmación de cambio o movimiento del viejo Heráclito, que «no podía bañarme dos veces en el mismo río porque siempre estaba fluyendo».
Si existieran verdades rotundas y satisfactorias el hombre ¡qué años se habría sentado en su casa a disfrutar de sus descubrimientos! Pero no es así. Pues tiene que andar y andar tras ellas, subir y subir sin descanso en post de un ideal cada vez más lejano. ¿No está afanado acaso en tejer ahora sus caminos siderales?
Recoger esta inquietud, este acoso de sí mismo es la misión de la Universidad. El día en que la Universidad diga: Esto es definitivo, entonces estaría liquidada. Significaría la paralización del conocimiento, la congelación del río heraclitiano. Esto de declarar que hay cosa juzgada en materia científica es, quizás, la causa principal del estancamiento de las universidades hispanoamericanas y las de España también. ¿Para qué afanarse entonces, si todo está resuelto?
De este sentarse a descansar hispánico se han aprovechado los alemanes, los ingleses, los rusos, los franceses e italianos porque son sus sabios los que se hallan en el santoral de la ciencia contemporánea. Entre nosotros, fuera del extraordinario Cajal, casi nadie cuenta (y ¡qué ironía la de Cajal en sus Tónicos, sus Charles de Café, su Autobiografía y todo lo suyo por este empeñarse hispano en mantenerse como estatua de sal!).
Yo no esto pidiendo, como parecen creerlo, que vengan profesores a enseñar a la Universidad tal o cual cosa concreta: como, por ejemplo, que la vida no es más que una forma refinada de la materia, aunque esta teoría, siga siendo valedera para los mecanicistas contemporáneos. No, lo que deben venir a enseñar aquí es que toda la verdad científica es provisional. Que, si enseña una teoría, que traten de demostrarla en el laboratorio, en las salas de investigación, en los hospitales o en cualquier otro sitio en donde sea posible observar fenómenos naturales. Ese es el acicate de la ciencia. Que no se enseñe de oídas, por lo que dijeron otros, sino que sea comprobado y desmenuzado. No importa que haya sido Pasteur el que lo afirmó, o que Delbruck se jacte de haber demostrado que los genes son apenas moléculas, o que las mutaciones constituyen procesos elementales de física cuántica.
Hablo aquí como hombre interesado en acicatear a la juventud y a sus maestros, a marchar por el mundo con orgullo, no arrogancia universitaria. No me he puesto a hablar de teología, aunque le dé a la teología toda la beligerancia que ella requiere, porque las cuestiones teológicas son harina de otro costal, y la religión resulta necesaria para la mayor parte de los hombres, porque no habiendo verdades permanentes en este mundo buscan refugio en el otro y tratan de edificar así una casa para compensar las emergencias terrenales. Es la Casa que el hombre anda buscando desde que en las cavernas se asombraba del rayo que se encendía en el cielo o de la semilla que germinaba, y que sigue angustiado hoy, temblando frente a la entraña misma del átomo, con problemas cada vez más agudos, desde los sueños griegos.
He afirmado, y sigo afirmando, que hasta el momento no podemos tener ningún problema religioso en la Universidad porque la ciencia nuestra, que es negocio del César, no ha tropezado todavía con los negocios de Dios. Pero si hubiese esos conflictos la Universidad permanecería abierta a las discusiones. Si no, que lo digan todos los que aquí vienen con plena libertad de discutir.
27 de julio de 1957.